Hay vecinas pesadas que se quejan de cualquier ruido y las hay providenciales que salvan la vida a un ser vivo. Es el caso de la que ayer alertó de maullidos de gato en una tubería de Alicante. Su intervención ya hubiera sido digna de agradecimiento solo con que el origen de esos ruidos hubiera sido un gatito pero, además, se encontró con que su alerta salvó a un recién nacido de una muerte segura.
El caso nos recordó enseguida al del niño chino al que tuvieron que desincrustar de una tubería. Son imágenes que nos conmocionan porque conocemos la vulnerabilidad del niño y la sangre fría que hay que tener para hacerle eso. Como el de Alicante.
La vecina se quejó porque el ruido no había parado en toda la noche y no le había permitido dormir. Y, al saberlo, el escalofrío se multiplica. ¿Cómo habrá sido esa primera o segunda noche del bebé, con fracturas que le dolerían, con hambre, con frío y sintiéndose abandonado? Quizás se notara más seguro en el vientre materno pero, de confirmarse la intervención de la madre en el suceso, difícilmente puede decirse que estaba protegido dentro de ella. Al contrario. Su gestación ha debido de ser un suplicio para la madre pero una carrera de obstáculos para el hijo.
Lo que me asombra de todo ello es la edad de la madre. No estamos hablando de una adolescente imprudente y atemorizada ante la perspectiva de tener un hijo y de que sus padres se enteraran. Es una mujer de 26 años que alega no haber tenido dinero para abortar, y las circunstancias no pueden ser más descorazonadoras.
Que en estos tiempos de tanta información, tantos programas de educación sexual y tantas campañas a una mujer solo se le ocurra abandonar en una bolsa a un recién nacido para evitarse un embarazo no deseado es asombroso. Y más teniendo en cuenta que esta misma sociedad que se conmueve por los “maullidos” del bebé en la tubería acepta de buen grado su eliminación en las primeras semanas de vida y sigue defendiendo una ley de plazos como si el tiempo fuera el que legitimara que ese conjunto de células pueda ser desechado en una bolsa de plástico o no.