Tahrir, en El Cairo; Taksim, en Estambul; la Puerta del Sol, en Madrid o la Plaza de la Virgen, en Valencia. En estos últimos meses hemos asistido al resurgir de la plaza con espacio ciudadano. Ya no es solo un lugar en el que concentrarse para asistir a un espectáculo, a una fiesta o a un concierto. Es, sobre todo, un punto de encuentro desde el que unir fuerzas para reivindicar un deseo común de los que habitan en ese entorno.
Lo pensaba el otro día mientras asistía a la concentración por las víctimas del metro. No es la Plaza del Ayuntamiento donde nos acercamos a ver las mascletàs. No es tampoco la Plaza de la Reina, repleta a esas horas de turistas a punto de cenar. Es la Plaza de la Virgen, lugar de encuentro desde hace dos mil años aproximadamente si, como dicen, estaba ahí el foro romano en el cruce del decumano máximo y el cardo máximo. Ese lugar ha visto pasar a miles de generaciones exigiendo, reclamando, aplaudiendo o negociando. Es una de las aportaciones de estas “primaveras” que recuperan la voz popular por vías distintas a las acostumbradas hasta ahora. No es una dinámica nueva. También hemos visto, en otros tiempos, el Parterre en Valencia o la Plaza Mayor, en Madrid para otras causas y otras reivindicaciones. Sin embargo ahora se han quedado esos nuevos altavoces a disposición de reclamaciones no resueltas por los dirigentes políticos.
Al salir de la Plaza de la Virgen también me encontré con la otra Valencia: la que estaba de compras, la que llevaba a los niños al cine o la que tomaba una horchata en una terraza. La que no se sumó a la convocatoria. Fue entonces cuando pensé que conviven las dos. Que ambas posiciones son legítimas. Y que es un riesgo pensar que la plaza abarrotada es la única voz sobre el tema. Es importante, es numerosa, es razonable pero no es la única. Buena parte de los valencianos no acudieron. Quién sabe si por convicción, pereza, imperativo laboral o desconocimiento. La cuestión es que la plaza refleja una sensibilidad pero puede provocar el riesgo de creer en el espejismo, dando por hecho que lo es todo.