Entiendo que el PP evite el linchamiento de Mariano Rajoy a cuenta del caso Bárcenas. Me alegra, además, saber que la prioridad del presidente del gobierno es sacarnos de la crisis. Para eso está ahí.
Pero, sin caer en la trampa de una oposición que ve en el extesorero la palanca con la que hacer tambalear a un gobierno que sabe adónde va, el PP no puede cometer errores de bulto. Y Bárcenas se está convirtiendo en un bulto cada vez más voluminoso.
Rajoy siempre ha sido un tipo tranquilo, capaz de desoír al mundo entero mientras camina. Todo ello es bueno y son cualidades propias de un buen gobernante que no se deja arrastrar por cantos de sirena. Sin embargo, también ha demostrado saber salir al paso y anticiparse cuando ha sido necesario. Lo hizo nada más llegar al gobierno para explicar lo mal que estaban las cosas y reconocer que no iba a ser un camino fácil, agradable ni rápido. Por eso ahora el silencio se le puede enquistar, aunque sea legítimo y aunque con ello pretenda conjurar esos maleficios de quienes se ponen al albur de presiones externas y solo viven para aplacar las iras de la oposición.
Una palabra a tiempo puede apagar más fuegos que un silencio prolongado. Eso debería tenerlo en mente el presidente y, sobre todo, sus acólitos, portavoces e incensarios que no paran de mencionar la honestidad y honradez de Rajoy. ¿Por qué vamos a negarlas? Yo nunca he visto en él un arribista con ganas de trincar por doquier. Y esa es la razón, precisamente, por la que me gustaría que no tuviera tantas prevenciones para explicar en el Parlamento lo que haya y en lo que le afecte el caso Bárcenas.
El silencio, aunque justificado, puede entenderse como sospechoso, timorato y encubridor. De hecho, yo, de Rajoy, hubiera salido mucho antes que Bárcenas, o al primer indicio, para callar a todo el mundo, -incluidos los panegíricos de los suyos- porque la peor consecuencia de ese caso no es el ataque de la oposición, que puede ahogarlo cuando quiera con la crisis, sino la pérdida de confianza de los propios. Y con eso no se juega con elecciones a dos años vista.