Ayer España se reconcilió con el jurado popular. Durante meses, sobre todo, a raíz del veredicto absolutorio para Francisco Camps, escuchamos voces que pedían la eliminación de esa figura en el ordenamiento jurídico. Sus argumentos tenían que ver con la exposición de los miembros del jurado al impacto mediático; con la influencia de su ideología en el voto; con su falta de preparación y hasta con la mala ortografía de algunos de los jurados. Todo era negativo y cuestionable. Todo llevaba a pensar que un jurado se equivoca más que un juez.
Hoy, sin embargo, pocos dudan de que el jurado que ayer condenó a José Bretón por la muerte de sus hijos haya sido ecuánime, justo e imparcial. No importa que este jurado también haya estado sometido al bombardeo de informaciones, especulaciones y comentarios en los medios y en los bares. Hoy, España aplaude la decisión del jurado.
No seré yo quien lo cuestione. Y menos, con un veredicto unánime. Sin embargo, me pregunto lo que hoy estaríamos todos escribiendo si el resultado de ese juicio hubiera sido la absolución del “monstruo”. Por lo que dijeron ayer quienes mostraron acuerdo en los hechos probados, el acusado lo tenía todo calculado para que nada se le fuera de las manos. ¿O no?
A la vista del resultado, si es verdad que se trata de un crimen machista que solo pretende hacer daño a su exmujer, lo razonable es que el propio asesino no pretendiera que se diera por buena la hipótesis de la desaparición involuntaria. Al contrario, si el objetivo era el sufrimiento de Ruth Ortiz, era necesario que se supiera que él los había matado. A no ser que su intención fuera que la madre penara día y noche por no saber el paradero de sus hijos.
En cualquier caso, se trata de una inhumanidad escalofriante. Eso es lo que ha comprobado el jurado hasta el punto de pedir que no haya indulto ni beneficios penitenciarios. Puede que los ciudadanos no tengamos preparación ni técnica pero sabemos marcar límites al Estado garantista. Como los alumnos cuando corrigen el examen de un compañero: acaban siendo más duros que el más duro profesor.