Cuando acabas de bajarte de un AVE y conoces la noticia del accidente en Santiago, no hay manera de quitarte el nudo del estómago. El domingo, sin ir más lejos, cogí dos trenes de alta velocidad: de Málaga a Madrid y, desde allí, a Valencia. Por poco, no pillé la nueva línea entre la capital de la Costa del Sol y la del Turia. Apenas cuatro días antes había hecho el trayecto contrario. Cuatro trenes como el accidentado en la misma semana.
Ya sé que no significa nada, que lo raro es lo sucedido en Compostela y que los trenes son segurísimos. Como el avión. Muy aparatoso cuando falla pero solo eso, aparatoso. Con los datos en la mano, falla muchísimo menos que los coches en la carretera, aunque inexplicablemente le tengamos más miedo. Lo que ocurre es que eso no evita que el estómago se encoja y se erice el vello de la nuca.
Sobre todo porque recuerdo en uno de los trayectos que la velocidad era tan alta que el tren daba bandazos, era difícil andar por el pasillo y tuve el mismo cosquilleo que experimento cuando un avión sufre turbulencias. Sabes que no es peligroso, que entra dentro de la normalidad y que todo saldrá bien, pero preferirías que no lo hiciera.
¿Iba demasiado deprisa el tren en el que me subí? No lo sé pero preferiría que RENFE se ocupara en desmentirme y considerarme un inexperta que no suele hacer uso frecuente de la alta velocidad ferroviaria. Preferiría que no fuera verdad que el maquinista de Santiago forzó tanto la máquina y sobre todo que no tiene ninguna vinculación con prisas, cumplimiento de horarios o pluses. En definitiva, que podamos seguir sintiéndonos seguros en los trenes españoles como lo estábamos hasta hace unos días.
No es solo una cuestión subjetiva, es también una necesidad del sector. Sabemos que vienen de otros países a conocer nuestras infraestructuras, que pujamos con los mejores para construirlas fuera y que tienen prestigio e imagen de seriedad y profesionalidad. Se trata, ahora, de que se mantenga. Que nadie nos ponga en el mismo saco de los trenes británicos o argentinos. Que sigan siendo sinónimo de calidad.