Ando preocupada desde que me enteré de la ley seca que Ximo Puig quiere imponer en Les Corts. Es por culpa de las excepciones. Yo, las normas, las prefiero rotundas, sin casos particulares ni disposiciones transitorias. Si no hay alcohol, no lo hay. Ni vino, ni cerveza ni petacas de los señores diputados. Nada. Pero como el vino y la cerveza son nacionales y además de baja graduación, parece que se admite su presencia en el restaurante institucional. ¿Y qué pasa entonces con la mistela?, me pregunto yo. ¿O con los licores de hierbas autóctonos? Son de la tierra y con mucha raigambre pero su graduación no siempre es como la del champán de fresa para los críos, para entendernos. En definitiva, que poderme tomar una cerveza bávara en Les Corts pero no uns rossegons valencians mojaditos en mistela me produce desazón, prurito y bastante mala uva, nunca mejor dicho.
Yo entiendo el objetivo que se propone Puig. Diría que es simplemente ser o estar e incluso “a-parecer”, pero eso es otro cantar. Me refiero a que en el trabajo uno pasa con un café o con una ensalada baja en grasas. Nada de comilonas y copichuelas. Si los demás trabajadores nos moderamos, viene a decir el secretario del PSPV, ¿por qué no los diputados? La pregunta que me surge, sin embargo, es ¿en qué polígono hay restaurantes de lujo? Yo no conozco. Y sí, en cambio, bares cercanos donde sirven carajillos sin complejos. Quizás lo propio, puesto que está en el centro de Valencia, es que una institución como ésa solo tenga unas máquinas de café y otras de agua, -como en las urgencias de los hospitales, ya que lo compara con ellos-, y el que quiera más, que acuda a las decenas de bares que hay alrededor. Nos saldría más barato; lo pagarían de su bolsillo y no nos preocuparíamos del vino, la cerveza o el café licor.