Hasta ahora no había prestado demasiada atención al pícaro de Picardo, el reyezuelo de Gibraltar. Será porque no me interesan los crupiers de casinos de poca monta que se creen al mando del Imperio austrohúngaro. O tal vez porque tampoco se me hincha la vena cuando me nombran el Peñón. No soporto a los llanitos con aires de Commonwealth pero he aprendido a vivir con ello. Ahora bien, cuando aparece un tipo declarando que “antes se helará el infierno que él retirará los bloques de hormigón que ha tirado al mar”, mis alertas se despiertan. ¿Qué se helará el infierno, dice? Eso es una Armada Invencible y no lo que se hundió en las costas irlandesas. Será porque soy poco amiga de los “siempre” y “nunca”, razón por la que no me verán más tatuajes que las marcas del bañador al sol mediterráneo, pero esa imagen del infierno perdiendo su naturaleza me da escalofríos. No se ha visto mayor disposición al diálogo. A partir de ahora voy a utilizarla. ¿Que viene un alumno a ver si le cambio de fecha un examen? ¡Antes se helará el infierno! ¿Que un político me pide el voto? ¡Antes se helará el infierno!
Reconozco que suena muy rotundo porque traducimos, necesariamente, la frase hecha en inglés. Allí, su “when hell freezes over” es semejante a nuestro “cuando las ranas críen pelo” que, supongo, sonará fatal a un British visualizando batracios con rastas. Más allá de la traducción simultánea, lo curioso es el uso de argumentos peregrinos por parte de nuestros colonos del sur. Apelan a la libre circulación cuando no son territorio UE y la metrópolis reniega de ella a diario; alegan razones medioambientales usando hormigón, nada agresivo con el entorno, y sacan pecho cuando su riqueza tiene un origen cuanto menos “peculiar” (léase a la inglesa en su sentido más “extrem”). Pura coherencia.