Ya era hora. Después de tantos palos, tanto golpe de pecho y tanta sensación de Titanic en un mar de hielo, Valencia puede hoy respirar orgullosa. Ya lo sabíamos, sobre todo desde un periódico que no se ha cansado de decirlo. Valencia es mucho más que señoritos abusando del cortijo. Haberlos, haylos y, para nuestra desgracia, nos han sangrado, pero la mayoría somos gente de bien que nos levantamos a diario para sacar adelante esta tierra. Lo dice alguien que no se ha permitido vacaciones nada más que unos días. Como tantos trabajadores y tantos pequeños empresarios a los que ves levantar la persiana cuando hace apenas media hora, como quien dice, la estaban echando. Lo dice mi carnicero, mi peluquero o los de la papelería. ¿Cómo vamos a cerrar un mes, tal como está todo? Eso es lo que esperas oír a la clase política, pero no. Solo se lo hemos visto a Rajoy y al Papa. Válgame Dios.

Por eso me alegra tanto saber que el puerto de Valencia es el primero de España y el quinto de Europa. Lo sabíamos, pero lo ha vuelto a confirmar el ministerio de Fomento con el ranking mundial en la mano. Eso sí es un gran evento. El tipo de glorias que sabemos conseguir y que deben apoyar las autoridades. El que nos sitúa en el mapa de las cosas que importan, sin fuegos artificiales pero sin fugacidad. Lo que contradice la imagen de enriquecimiento rápido y sin esfuerzo. Del que sentirnos orgullosos. Sobre todo, porque a él no se llega ni de casualidad ni pagando un canon exorbitante ni vendiéndonos en revistas internacionales de papel couché. Se llega trabajando con constancia y seriedad; con buenas infraestructuras y con un plan bien desarrollado. Sin olvidar, además, que el puerto no es solo el lugar de llegada del turismo sino, sobre todo, la principal puerta comercial de España por mar.