Una de las iniciativas para la Diada de este año es una cadena humana que transcurra por lo que han dado en llamar “la vía catalana”. Está inspirada en la “vía báltica” formada por ciudadanos de Estonia, Letonia y Lituania en 1989 cuando reclamaban libertad de la antigua URSS, un antecedente bastante alejado de la realidad que ha vivido España en los últimos cinco siglos. Como esa vía incluye la Comunidad Valenciana, el sur de Francia y las islas Baleares, los organizadores han decidido que llegarán hasta Vinaroz y hasta la frontera francesa y allí, los autóctonos continuarán por su territorio. La referencia es la Vía Augusta, imposible de trasladar, ni con buena voluntad, a territorio balear donde tendrán que organizar actos paralelos si quieren unirse a la “cadena”. Como iniciativa no me parece mal, toda vez que es legal, pacífico y respetuoso con el medio ambiente. Cualquier colectivo está legitimado para reclamar lo que considera necesario, aunque apelar a la Vía Augusta es invitar a unirnos con romanos, toscanos y genoveses en justa reclamación del Imperio Romano del que yo me siento más partícipe que de otras realidades que pretendan imponerme.
Lo que resulta inconveniente es la atribución a todo un pueblo de lo que es voluntad de unos pocos, un argumento que, por cierto, contradice el núcleo de la reclamación de la Diada anterior. La mayoría de los catalanes quieren –dicen- que se les conceda la independencia. Aplicado eso a Valencia la intrusión en Vinaroz resultaría tan inconveniente como una cadena de Madrid a Montserrat para reclamar la unidad de España. No niego que haya quienes se sientan catalanes pero la mayoría de los valencianos, reiteradamente, han mostrado poca proximidad a esos postulados, de modo que unirlos con una cadena es, precisamente eso, encadenarlos.