Hasta ayer no entendía las dificultades que algunos tienen para evitar sumergirse en la rotonda de la avenida de Cataluña. Con el coche, quiero decir, que si lo hicieran vestidos de buzo o con un submarino portátil no iba a ser yo quien les afeara la conducta. Pero no. Se empeñan en navegar en el estanque del mirador con zapatos y automóvil puestos. Y ya son varios los que han confundido la rotonda con un tren de lavado.
Sin embargo, ayer empecé a disculparles. Si no lo hice antes fue porque pasaba de día. Era a la misma hora pero, como no estábamos en otoño, aún era de día. Ayer, sin embargo, pasé en ese momento complicado del amanecer, cuando no hay ni oscuridad ni luz, es decir, cuando el cielo empieza a verse iluminado de un modo tan tenue que recuerda un belén simulando la noche, mientras todo lo demás está aún apagado. Es entonces cuando te confías en que es de día pero la luz es tan escasa que no ayuda a ver nada.
Circulaba, pues, con el coche por la salida de Barcelona a las siete y media de la mañana cuando di la vuelta la rotonda para ir hacia Alboraya. Al hacerlo, tuve la sensación de que, pronto, Valencia se hubiera visto envuelta en un cataclismo nuclear. Luego me di cuenta de que no era tal. Simplemente había dejado atrás la zona urbanizada y me había adentrado en el nebuloso mundo de la Ronda Norte. Era como entrar en un túnel sin luz. Solo los faros de algún coche adelantado, la intuición y el reconocimiento de un camino conocido evitaban el peligro.
Me podrán decir que es como una carretera que no tiene luces durante todo el recorrido, pero en una carretera secundaria no suele haber cuatro carriles alrededor con coches que, a veces, le pisan bastante. Es una sensación ciertamente incómoda, tensa e impropia de una zona considerada urbana. La velocidad que se exige es la de ciudad pero los servicios son de zona periférica, alejada del centro urbano. Entiendo el ahorro que significa apagar esas farolas pero solo la pericia del conductor está librándonos de más percances. O de acabar en medio de la huerta, entre coles y cebollas.