Una de las cosas que más me impresionó al visitar el antiguo cuartel de las SS en Berlín era el mapa de delatores. Es lo más sangrante del régimen hitleriano, junto al asesinato y la deportación. Saber que el vecino puede ser tu peor enemigo crea un clima de sospecha permanente que asfixia y termina por minar la convivencia.
La delación es la peor perversión de los sistemas opresores. Convierte al otro en una alimaña que acusa para sobrevivir, para mejorar o para vengar afrentas o complejos personales.
Tengo, pues, especial aversión a ese tipo de comportamientos aunque tengan una finalidad loable como es la que ha pedido Compromís: que pueda acusarse anónimamente a los corruptos. Sin duda, estamos de acuerdo en que todo esfuerzo es poco para acabar con esa podredumbre que nos arruina económica pero sobre todo moralmente. Sin embargo, el secreto es un arma de doble filo. Ayuda a descubrir al culpable pero puede dañar al inocente. Es el caldo de cultivo perfecto para la vendetta, sobre todo, conociendo el descrédito público a que se somete a cualquiera cuyo nombre aparezca en algún dossier.
Lo mismo sucede con la iniciativa que está intentando desarrollar el ministerio de Interior del Reino Unido para perseguir a los inmigrantes ilegales. Pretende que los caseros, médicos, banqueros y hasta sacerdotes alerten a las autoridades de que una persona puede estar en situación irregular en el país. De ese modo, antes de alquilar una casa, de atender a un enfermo, de abrir una cuenta o de casarle, el responsable deberá asegurarse de que su situación es legal.
El problema no es el caso cierto, que ya supone un panorama terrible, sino la persecución a la que pueden verse sometidos los “diferentes” aunque sean legales. Entiendo que lo que se pretende es dar un mensaje de tolerancia cero pero, como dicen algunas ONG, eso no hará que quien haya entrado ya en territorio británico se marche. Peor está en su país.
En cualquier caso, lo grave es esa tendencia a solicitar del ciudadano colaboración “en negro”. De ahí a una caza de brujas no hay más que una o dos generaciones.