Susana y Silvia tenían 13. Sonia, 15 y Jordi, el más pequeño, 9 años. Son los niños a los que mató Troitiño en Hipercor una tarde de junio, a punto de acabar el curso.
Troitiño es el que ha salido de la cárcel para no ver vulnerados sus derechos. Y ha ocurrido por la Justicia que nos hemos dado y que se aplica por igual a todos los delincuentes, los simpáticos como El Dioni o los odiosos como Troitiño. O todos somos iguales ante la ley o ésta no vale en un Estado democrático.
Pero duele. Duele ver que ha envejecido mientras que Susana, Silvia, Sonia y Jordi no pudieron ni llegar a la edad adulta. Ni tan siquiera tuvieron tiempo de aprender a hacer daño en nombre de una causa que justifica el dolor de inocentes aunque nada tengan que ver con ella.
En su salida, se le ha visto molesto con los reporteros que le hacían fotos y a quienes sus acompañantes no han dejado de increpar. No calculaban que con su actitud estaban dando pistas de cómo se les puede recordar a diario su condición. Ese “interés” de los ciudadanos por saber de ellos es razonable. O lo que es lo mismo, esa “vigilancia” sí es legal. No puede ponérsele a un policía que lo controle pero la prensa sí puede cumplir su función de watchdog, de perro guardián, diciéndonos cómo rehace su vida el asesino. Y recordándole a diario que la gente quiere saberlo porque mató a gente inocente. Entre ellos, cuatro niños.
Por una vez estoy con Carlos Floriano cuando dice que podrán salir de la cárcel pero nunca dejarán de ser asesinos. Es cierto. Aunque no lo digan y aunque no lo noten en su piel de corcho insensible, siempre habrán de cargar con ese peso; Troitiño, el de haber sido autor de la muerte de cuatro niños. Y de varias decenas de adultos ajenos a su “lucha”. Por eso ha de difundirse su cara más que cuando era buscado por la policía. Que se le vea. Que se le conozca. Que todos sepamos quién es y qué hace y por dónde para y adónde va. Que no le perdamos de vista. Que sienta nuestra mirada en su cogote, allí donde sus compinches pegaban el cañón antes de disparar. Que no haya paz para los malvados.