A veces la Justicia no opina igual que Twitter. Digo Twitter para simbolizar ese sentir colectivo que un grupo más vociferante suele imponer a los demás. Hay una opinión aplaudida por la demagogia, sea del siglo que sea, y cualquier otra es denostada abiertamente. Así se forma lo que los comunicólogos llamaron hace mucho tiempo una “espiral del silencio” de manera que las voces discrepantes de la dominante terminan por callar. Ese fenómeno no es nuevo pero con las redes sociales se multiplica su efecto. Hay que ser un valiente o un descerebrado para disentir de la masa opinante. Por ejemplo, para recordar que la Justicia ha exculpado a Rajoy de una responsabilidad que los Nunca Mais le otorgaron con motivo del hundimiento del Prestige. Rajoy siempre será el de los “hilillos de plastilina” aunque los tribunales hayan considerado que no actuó mal, es decir, que no es el criminal que algunos se han encargado de pintar durante estos años.
La sentencia del Prestige, sin embargo, es mucho más que un punto y seguido en el ámbito político. Lo más importante no es si el gobierno tuvo o no responsabilidad sino si alguien la tuvo. Y ahí la conclusión de los jueces es desoladora. La sentencia dice que “una conducta profesional razonada y razonable puede resultar fallida” y en esa línea termina por no encontrar reproche penal para nadie. Así, nos vemos en la triste situación de no tener a quien mirar para hallar un culpable. La costa da Morte se vio salpicada de un asqueroso chapapote que acababa con la fauna y flora y con el sustento de miles de familias, pero nadie es responsable. Los jueces no han sido capaces de explicar qué mal comportamiento fue el origen de esa catástrofe. Habrá que mirar, pues, más allá y exigir que se revisen las rutas marítimas del crudo o, adoptando el modo más iluso posible, pedir que se potencien las energías que no nos exponen a tanto peligro. Una cosa es no criminalizar con ligereza y otra, aceptar que algunas prácticas peligrosas no pueden ser erradicadas. Pueden y deben, aunque haya intereses empeñados en hacernos creer que no.