Tengo que reconocer que una servidora, lo que menos soporta de Carlos Fabra, no son sus modos tabernarios ni sus aires caciquiles sino su suerte en la Lotería. No es que yo sea aficionada, que no lo soy y hasta tengo vergonzantes dificultades para descifrar si me ha tocado la pedrea o no con la lista del periódico en la mano. Sin embargo, todos los años juego un décimo para Navidad por aquello de la ilusión y de compartir el sueño de millones de españoles: ¿comprarme un Ferrari y presumir de mansión en zona cara? ¡No! Algo mucho más modesto y esencial: deshacerme del despertador e ir al trabajo de visita, por pasar el rato básicamente. El verdadero salto cualitativo que puede proporcionar un premio gordo no es sacar la choni que una lleva dentro y mostrarse al mundo como una verdadera hortera de coche tuneado en oro y casa chapada de Swarowsky. Para demostrar mal gusto basta con que nos toque una muñeca chochona en la feria. El punto de inflexión es poder trabajar a voluntad, sin horarios, sin imposiciones y sin jefes “rompipalle” que nos echen el aliento en la nuca por ver si somos productivos.
Quizás porque no suelo jugar, cuando lo hago quiero que me toque. No estoy diciendo que quien juega todas las semanas no desee ver su número en lo más alto de la lista de premiados sino que, acostumbrado a perder casi todos los días en los que juega, ya no le extraña esa sensación. En cambio, quienes solo jugamos para el Gordo de Navidad, lo vivimos con más intensidad y nos parece imposible que no nos vaya a tocar ¡después del esfuerzo económico y sobre todo de fe que hacemos para sumergirnos en el sorteo más importante del año!
Así pues ver cómo, año tras año, la “suerte” sonreía al señor de Castellón me mataba por dentro. ¿Por qué le toca a él, que no necesita un Gordo de Navidad para mandar a paseo a su tirano particular so pena de autodesterrarse?, me lamentaba. Lo cierto es que sigo sin respuesta pero al menos encuentro algo de justicia poética en todo lo sucedido. Solo espero que, ahora, no le toque también la Grossa de Cap D’Any. Ni siquiera un 3%.