No puede decirse que sorprenda ni el contenido, ni los acentos, ni el estilo. La Exhortación Apostólica del Papa Francisco, publicada ayer, es su primer texto –la encíclica era de Ratzinger- pero en él no hay nada que no hubiéramos visto o intuido antes, en cada una de sus intervenciones. Es verdad que en algunas partes del documento se nota la mano de sus colaboradores y en otras, su estilo declamatorio cuando exige que “¡no nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” o “¡no nos dejemos robar la esperanza!”. Son momentos en los que parece que le escuchemos. En cualquier caso, ha expuesto su programa, ése que algunos quisimos conocer en la misa de inicio de Pontificado y nos pareció que estaba ausente. Ahora todo empieza a casar. Francisco no es el muñidor de grandes tratados y así lo dice a lo largo del texto en más de una ocasión: doctores tiene la Iglesia y tratados doctrinales que desarrollan la fe hay ya muchos escritos. Un Papa, a su entender, no pretende descender al detalle, solo apuntar grandes líneas y la suya es la que da título a esta Exhortación: Gaudium. Alegría. Es el Papa de la alegría de la fe. De la caricia al prójimo, como indicó en aquella homilía del día de San José de hace casi un año. La Iglesia tiene que ser alegría y misericordia para el mundo.
No es casualidad la elección de ese “gaudium”. No solo porque signifique la clave del testimonio cristiano sino porque, parafraseándole, “huele a Vaticano II”. “Gaudium et Spes” es uno de los grandes documentos del Concilio donde se muestra a una Iglesia positiva frente al pesimismo del siglo anterior. No es secundario tampoco que el Papa se remita con frecuencia a Pablo VI y a Juan XXIII. No olvida a sus predecesores inmediatos, Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero se nota que sus baluartes son aquellos. Es una iglesia menos defensiva. De hecho, es un texto autocrítico con las parroquias, los creyentes, los obispos y el propio papado. Pero, como siempre con Francisco, no prima la censura sino la exigencia de mayor optimismo. De la alegría que debería acompañar siempre al creyente.