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María José Pou

iPou 3.0

Los pretorianos de Fabra

Alberto Fabra debería leer más a Posteguillo. Si lo hiciera, se podría inspirar en Trajano para luchar contra la corrupción. Es verdad que el hispano hubiera empalado a más de uno por menos que hemos visto por aquí y que él tenía, como solución, líneas de frontera con los dacios para enviar a los díscolos. Son formatos poco realistas en estos tiempos pero seguro que el presidente habrá añorado alguna vez los métodos clásicos y hasta los bárbaros para poner a prueba las fidelidades de su gente.

Sin embargo, no es solo Trajano quien me interesa en la trilogía de moda sino también Vespasiano. En estos días no he podido dejar de recordarlo viendo a Fabra en actos oficiales, y no ha sido por la crueldad y la estrategia maléfica que caracterizó el gobierno del romano sino por los “farruquitos” de los que solía rodearse. Vespasiano inventó los “farruquitos” mucho antes de que los viéramos proteger al auténtico Farruquito camino del juicio. Eran sus primos. O como si tal. Ni un cabello de su cabeza se puso en riesgo en las entradas y salidas que hizo el artista en el juzgado. Casi ni se le veía entre los hombros de su guardia de corps.

Pero decenas de siglos antes que él y que cualesquiera “primos de zumosol” que en el mundo han sido, Vespasiano supo formar una poderosa guardia pretoriana que le acompañaba constantemente. Allá donde iba, lo hacía envuelto en la protección de los defensores más implacables de la vida del “Dominus et Deus”. A ellos me recuerda la visión de la policía autonómica rodeando a Fabra en estos días de zozobra. Hacen bien. Es cierto que nadie pretende usurpar su trono clavándole una “gladius” en el esternón ¡por Júpiter! pero los golpes que el otro día dio alguno a su coche no tenían nada que envidiar a los de un gladiador en la arena. En cualquier caso la imagen es penosa por todo: por su origen, por sus protagonistas, por sus riesgos y por su desarrollo. Es lógica la indignación, pero nunca se justifica la agresión. Ni siquiera verbal. Ni siquiera a un automóvil. No basta con multiplicar los “farruquitos”, hay que rebajar la tensión.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


diciembre 2013
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