Al mismo tiempo que lloramos a Mandela, ignoramos la realidad africana. Mientras loamos sus logros, vivimos a cara de perro con quien vota “al otro”. Somos capaces de exaltar la tolerancia y el perdón pero incapaces de trabajar por ellas. Estas horas que han pasado tras la muerte del líder sudafricano, se han multiplicado las grandes citas, las grandes palabras y los grandes homenajes pero de nada servirán si pasado mañana seguimos sin aprender la lección de vida que nos dio.
Para mí, la más importante es la de ser capaz de aceptar al enemigo y superar el odio para construir un mundo mejor. Mejor incluso para los enemigos. Solo así puede lograrse lo que ha obtenido Madiba al final de su vida: las lágrimas de blancos y negros. Conseguir el aplauso de los propios no es difícil. Solo se trata de hacerles ver que con uno vivirán mejor. Lo complicado es que entiendan que deben esforzarse para que “los otros” también vivan mejor. Que sus desvelos y sus esfuerzos no son para el propio beneficio sino para el bien común. Y eso incluye a aquellos que no soportamos, cuyas ideas nos molestan y que quisiéramos ver muy lejos. Ahí está el mérito.
A diario vemos escenas que reflejan esa incapacidad de aceptar al otro como alguien distinto y no por eso enemigo. En España somos muy tremendistas para eso. O conmigo o contra mí. No hay término medio. No hay posibilidad de ser amigos siendo uno del PP y otro, de IU; uno, del Barça y otro, del Valencia o uno creyente y otro, ateo. Cuando la vida política se agria, la acritud se extiende a otros campos y, como ahora, la diferencia se ve como obstáculo, no como riqueza. En ese contexto, la discrepancia se interpreta como ataque personal y a partir de ahí ya no es posible el diálogo. Más personal que ser discriminado por el color de la piel no hay casi nada y sin embargo Mandela enseñó que es posible superar el rencor hacia quien ha humillado solo por la pigmentación. De otro modo, decía, nunca hubiera dejado la cárcel. Es cierto. Los prejuicios son una jaula de oro. E, inconscientes, nos empeñamos en seguir decorándola.