Cuando se trata de elegir aquel asunto que a una le parece más importante, es muy difícil ponerse de acuerdo. En la elección entran en juego factores de todo tipo, incluidos aquellos que tienen que ver con las preferencias, con las preocupaciones o con las tareas de cada cual. Por eso es complicado coincidir con otros en la noticia o el personaje del año. Para quienes están afectados por las preferentes o por los desahucios, el asunto central será la economía; para quienes sufren la precariedad en sus estudios, las huelgas de la educación y para quienes desean que cambie el gobierno, cualquier tropezón de éste o éxito de la oposición.
Además de esa diversidad, siempre hay problemas para tener la suficiente perspectiva. Ahora nos puede parecer enorme la figura de Mandela o imprescindible nombrar a Miguel Blesa. Puede que sea porque las noticias sobre ambos están recientes pero, con el tiempo, veremos que una sobresale por encima de la otra por méritos propios.
Por todo ello, este año coincido en parte con la revista Time y su elección del papa Francisco. Es normal que desde los medios se vea su figura como la más llamativa, novedosa e icónica del año. Sin embargo, discrepo en la elección.
Es verdad que 2013 será el año de un papa, pero para mí el hombre del año no es Bergoglio sino Ratzinger. El primero es relevante por muchas razones: el primer papa americano, el papa que quiere cambiar muchas estructuras anquilosadas y el que ha traído aires nuevos al Vaticano. Ahora bien, la noticia del año no fue su elección, aun siendo importante. La noticia del año fue la renuncia de un papa al pontificado, algo no visto desde muchos siglos atrás y no de la misma forma.
Para mí la portada de Time debía haber tenido a Benedicto XVI de protagonista pues realmente fue su decisión extraordinaria, anómala, sorprendente e histórica la que revolucionó todo, la que lo inició todo. Sin eso no habría papa Francisco.
Lo morboso desde el punto de vista mediático es, como decía Corriere della Sera, la foto de dos papas vivos. Es cierto. Es una imagen inédita. Pero se la debemos a Ratzinger más que a Bergoglio.