Si hay un derecho que en los últimos años parece más sagrado que cualquier otro es el “derecho a decidir”. Ayer mismo lo exigían los etarras reunidos en Durango. Tan sagrado es que lo han antepuesto durante décadas incluso al primero de todos ellos que es el derecho a la vida. Sin éste no hay ninguno más. También se reivindica que las mujeres tenemos “derecho a decidir” qué hacer con nuestro cuerpo en el debate en torno a la reforma de la ley del aborto. Y, por último, apelan a él sin cesar quienes proponen el referéndum en Cataluña para lograr la autodeterminación.
El problema de todos los casos –cada uno en su medida- es que la decisión de la que hablan afecta a otros que no son solo los que lo piden. “Derecho a decidir” en el País Vasco o Cataluña significa que tengan libertad de escoger si quieren estar dentro de España quienes no comparten los postulados de los segregacionistas. En el caso de Euskadi aún es más llamativo pues lo están reclamando quienes ni siquiera dieron opción de defenderse a sus víctimas; quienes intentaron imponer por la fuerza una sola forma de ver la vida en el País Vasco y quienes quisieron exterminar o amordazar a quienes querían tener esa capacidad de decisión que ahora piden para sí los totalitarios que lo impidieron. De nuevo exigen derechos quienes no han reconocido ni los más elementales a sus conciudadanos solo por pensar de un modo diferente.
El “derecho a decidir” en el caso del aborto implica que quien va a nacer no puede escoger. Lo hacen por él. Para sortear el problema moral se da por hecho que no es una persona pues ¿quién puede arrogarse la potestad de elegir vivir a costa de que otro muera? Supongo que es lo que Monago considera influencia de la ideología en la postura, como si la contraria estuviera exenta de ella.
Por último el de Cataluña es un plano distinto porque no se pone en jaque la vida de otro, sin embargo, “derecho a decidir” implica que algunos no quieran separarse de España. La cuestión está en que se hace titular del derecho al colectivo, no al individuo y esa decisión, desgraciadamente, se impone a cada uno de sus miembros.