Puede parecer a priori que el traslado de las monjas del Convento de la Trinidad al de la Puridad es un fracaso. Es cierto que solo quedan cuatro monjas mayores que ya no pueden llevar el peso del convento ni el cuidado de la propia comunidad por sí mismas. Y también lo es que no han tenido un relevo como ya ocurriera con las del convento Nuestra Señora de los Ángeles en Russafa, ocupado ahora por franciscanos.
Sin embargo, considerar su marcha como un fracaso es olvidar que las Clarisas han estado ahí desde tiempos de Alfonso el Magnánimo, que se dice pronto. ¿Cuántas organizaciones permanecen en su sede, sosteniéndola, cuidándola con mimo y manteniendo la misma actividad después de cinco siglos?
Su traslado supone el cierre de una etapa que solo puede considerarse brillante y que obliga a la ciudad a la gratitud hacia la orden y sus protectores. El nacimiento del convento fue un deseo de la Reina Doña María, la mujer del Magnánimo. Su salida, la constatación de que vivimos otro tiempo, escaso en vocaciones religiosas. No hay más que recordar con qué previsiones se construyó el Seminario de Moncada y con qué cifras de seminaristas se encuentra ahora la Diócesis. También en Valencia hubo épocas de vida monacal tan potente que se justificaban las dimensiones de monasterios como el de San Miguel de los Reyes.
Eran otros tiempos y otros modos de vivir. Sin embargo, hay algo en lo que no erraron quienes diseñaron esos edificios: en su testimonio para los siglos. Aunque su destino sea servir de biblioteca o albergar exposiciones de arte, son entornos que hablan de valores, costumbres y anhelos necesarios en la actualidad. Es imprescindible conservarlos y contar a las nuevas generaciones, por ejemplo, que el convento de la Trinidad fue un foco cultural de primer orden en el Mediterráneo en tiempos de Sor Isabel de Villena. La Trinidad sí puso a Valencia en el mapa.
Ese humilde claustro que desde ahora nos parecerá un poco más solo supo de reivindicaciones de mujeres convencidas de su importancia hace 500 años. Y de poesía y de debates. Sus paredes son mucho más que un convento vacío.