Sobre la grandeza moral y las virtudes de Rafa Nadal está todo escrito, pero no me resisto a dejar de comentar un detalle. Creo que es el que más me admira del tenista manacorense. Me refiero a la ausencia de malos sentimientos hacia sus contrincantes. No es que me asombre que una persona no sea mala sino que, siendo tremendamente competitivo, sabe distinguir el plano deportivo y el humano. Y nunca los mezcla.
En la pista, Nadal busca ganar al contrario, no hundirlo. Da la sensación de que, si pudiera ganar sin que el otro perdiera, lo haría. Eso le ayuda a reconocer los méritos ajenos, incluso aunque nadie desde fuera los vea. Es lo que ocurrió ayer con Wawrinka. Nadal podía haberse enfadado con sus propias limitaciones y haber minimizado el éxito. Para los espectadores, el helvético no ganó sino que perdió el español. Puede que, incluso para sí mismo, el triunfo esté empañado por la lesión del contrincante. Cuando uno gana quiere ganar a Nadal, no a su cuarta parte.
Sin embargo, estos son comentarios de persona ajena. En ningún momento Nadal redujo la victoria de su oponente; al contrario, la magnificó luchando hasta el final y la aplaudió como el que más.
Y a todos nos deja admirados, empezando por quienes se baten el cobre para ganarle en cada torneo. Acostumbrados, como estamos, a declaraciones duras, a provocaciones y gestos ofensivos en otros deportes, encontrar esa bonhomía es como hallar un oasis en el desierto. Vemos tantas veces a un entrenador quejándose del árbitro, del equipo contrario, de los responsables de otros equipos o de sus propios jugadores que resulta novedoso lo contrario. Nadal nunca tiene una mala palabra hacia los oponentes. Solo quiere ganarles desde su fortaleza, no aprovechando su debilidad. Quiere ganar limpiamente, no simplemente ser el campeón. Quiere disfrutar del juego y eso le permite reconocer cuándo el otro ha estado mejor que él y, por tanto, merece más la gloria. Lamenta no conseguirla pero no culpa a nadie más que a sí mismo. Es la mejor encarnación de la competitividad: la lucha contra uno mismo por superarse a diario y no por destrozar al enemigo.