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María José Pou

iPou 3.0

El paseíllo

Entiendo que el juez Decano de Palma haya decidido evitarle el paseíllo a la infanta Cristina. Como él, me acojo a un problema de seguridad pero no en el sentido al que se refiere el informe policial sino a otro que solo las señoras tenemos en mente: bajar esa rampa con tacones puede poner en peligro la integridad física de quien los calza. O sea, que se vaya de bruces contra los policías que hay a la entrada de los juzgados o, lo que es peor, contra los periodistas que aguardan para la foto del mes. Sería una escena chocante, comprometida y demasiado premonitoria, quizás.

El problema es que la rampa es mala sea cual sea la solución que se busque. Si pasa en coche y baja en la puerta, por ocultarse; si la baja andando, por el calvario de escuchar y ver a la jauría en acción. No digo que deba evitársele la realidad pero una cosa es tomar contacto con la vida y otra, sufrir el escarnio multiplicado por la conjunción de varios factores que no siempre tienen relación con la maldad de uno. Me refiero al efecto amplificador de los medios de comunicación, el ansia de algunos por vivir un minuto de gloria en la tele o simplemente el contagio de la masa enardecida.

Aunque lo merezca; aunque sea poco en comparación con el daño causado; aunque solo vayan a ser unos minutos amargos para quien nació y vivió entre algodones. Todo eso lo doy por válido aunque sea un iceberg de demagogia con una décima parte sumergida de verdad. Sin embargo, no quita ni un ápice de espectáculo gratuito. El problema de España no es la infanta aunque se haya convertido en símbolo y pimpampum de todas las iras.

No puedo evitar ver en ella a Maria Antonieta camino del cadalso, doliente, pero sobre todo incapaz de creer que hubiera generado tanto odio entre sus súbditos. La pregunta que se haría sería “¿por qué?”. En el caso de la infanta Cristina me extraña que no sospeche qué ha pasado para que los aplausos se hayan tornado en abucheos pero debe de costarle, como a la reina francesa, entender de dónde nace tanta inquina. Yo también me lo pregunto. El rechazo es lógico; el odio visceral, no. Ése se ha cultivado con esmero.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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