Estaba hojeando el periódico anteayer cuando vi una noticia sobre Siria y la foto de un hombre con una niña en brazos. Pasé la hoja y seguí leyendo sobre las heladas en los huertos de naranjas, declaraciones de un empresario, y el vestido de novia de Tatiana Santo Domingo. Ahí me paré y volví sobre la noticia de Siria. ¿Cómo era posible que hubiera pasado la hoja y hubiera seguido con otros temas, banales en comparación, como si esa realidad no existiera? Ayer me volvió a ocurrir. En este caso la foto era de un hombre cubierto de polvo sacando a dos niños de los escombros en Alepo. Pero ya no lo ignoré. No podía.
A menudo me pregunto cómo podían los alemanes mirar para otro lado sabiendo lo que ocurría en los campos de concentración. Enseguida me da el impulso de censurarlos, pero la respuesta la obtengo en días como el de ayer. Pasar la hoja y seguir como si nada es igual que mirar para otro lado en la Alemania hitleriana. Con una agravante. Entonces, el que denunciaba se ponía en peligro; ahora, no. Y sin embargo seguimos leyendo como si tal cosa y nos preocupa más el resultado de la quiniela. Somos incapaces de movilizarnos y exigir que paren la sangría. Que pongan el mismo empeño que cuando persiguieron a Gadaffi.
Dejamos que Al Asad masacre a una población y Rusia lo apoye por intereses estratégicos. La geoestrategia internacional marcará la vida de varias generaciones en Siria: la que ve morir a sus niños y ancianos; la que crece sufriendo la guerra, la orfandad y el desamparo y la que nacerá en tiempos de odios, pobreza y reconstrucción con heridas aún abiertas. La voz más clara se ha oído en la Conferencia de Munich. Fue el príncipe saudí Turki Al Faisal a quien no le tembló el pulso al decir: “Yo acuso a al régimen de Al Asad de genocidio y crímenes contra la humanidad; a Irán, de ser su cómplice; a Hizbulá y los grupos terroristas, de los mismos crímenes; a Rusia, de proveerle con armas; a China, de apoyarle en la ONU y a Occidente, de desentenderse”. No se puede resumir mejor. Nuestro lugar está al final: “a Occidente, de desentenderse”. Ahí estoy yo cada vez que paso la página.