Hoy hace un año que Ratzinger se quitó el estereotipo de “perro guardián”. Un año desde que anunciara la noticia más impactante de los últimos siglos: el Papa renuncia al pontificado.
De pronto, sus críticos se encontraron lo que los prejuicios les habían impedido ver. Tal vez nunca han llegado a contemplar al verdadero Ratzinger. Tal vez nadie lo conoce de verdad. Pero lo cierto es que la imagen pública del viejo cardenal cambió desde ese día. Su decisión había dejado boquiabiertos a muchos de sus censores y en esa postura los colmillos retorcidos no funcionan igual de bien.
De pronto dejaron de morder la pieza, ya abatida o simplemente sorprendidos de su reacción. No parecía el fiero pastor alemán, como le llamó Bild cuando fue elegido papa, aferrado a la vara de mando y pronta la excomunión contra los herejes como haría un Gran Inquisidor.
Ya había sucedido. El “guardián de la ortodoxia”, el “panzerkardinal”, el Pontífice subido a un papamóvil con forma de tanque había mostrado una cara distinta a la del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Era pausado, tranquilo, afable sin ser líder de masas ni amante de multitudes. Era más próximo al silencio que se requiere para escuchar con atención sus pedagógicas explicaciones, que a los gritos de los más entregados. ¿Dónde estaba el Torquemada del siglo XXI? Pocos ultramontanos son amigos de la exposición, la argumentación razonada y el debate. Pero él lo era. Y su imagen se fue suavizando. En apenas unos años ya no se le veía igual aunque algunos se empeñaran en ordeñar cualquier frase con tal de sacarle el jugo anticlerical.
El remate fue su decisión de dejar el trono papal y el año que ha pasado en su retiro discreto, silencioso y prudente. Benedicto XVI sorprendió a muchos, pero Ratzinger ha conseguido desarmar a sus críticos. Al menos, a los superficiales que se habían fabricado una imagen compatible con sus prejuicios. El anciano Papa emérito consiguió meter la mano en las fauces del león que rugía amenazante sin que sus colmillos le hicieran daño. En otro tiempo se consideraría milagro. Yo creo que tiene algo de santidad.