“Le puede pasar a cualquiera”. Es lo que dijo el concejal Alfonso Novo ante la multa que le han puesto por conducir habiendo bebido alcohol. Es cierto. De hecho, sus argumentos son los de cualquiera: que solo eran unas cervezas y un poco de vino; que controlaba lo suficiente como para conducir, que es la primera vez y que pagará religiosamente su multa.
Sin embargo, hay algo en esta historia que no es como la de cualquiera. Es concejal del Ayuntamiento de Valencia, lo fue de Circulación y sobre todo la policía local hizo como si no lo fuera. Ahí está la buena noticia. Todos somos iguales ante la policía. No es que lo dude, que no lo hago, sino que quiero poner el acento en ello. Es humano cometer un error como ése, pero también lo es dejarse influir por un “mire usted que soy concejal”. En cambio, la policía hizo caso omiso a su condición, le hizo su test, cursó su denuncia y le sometió, pues, al mismo procedimiento que hubiera seguido con cualquier vecino. Y eso honra a la patrulla que lo paró, a todo el cuerpo y al propio Ayuntamiento a cuyo mando están esos policías.
El error del que habla Novo le deshonra a él. No es una catástrofe mundial pero la realidad es que incumplió la norma, se saltó un semáforo poniendo en peligro la seguridad de los demás conductores y no llevaba la documentación. Eso no está bien. Dice que pagará su multa. No me cabe ninguna duda y la sola afirmación de lo que es normal para cualquier ciudadano ya molesta. No tiene más opción.
Lo preocupante es la reacción de aquellos que dan por “disculpable” lo ocurrido. Es cierto que es muy frecuente hacer lo que hizo Novo, coger el coche habiendo bebido porque es poco y no parece afectar a la conducción. Pero es peligroso y a estas alturas todos somos conscientes de ello.
Su 0’50 en el test de alcoholemia es como una mentirijilla o una sisa. No son grandes delitos pero quien disculpa el abuso en lo pequeño no tiene razón para no hacerlo en lo grande. Lo malo no es la magnitud de la mentira o del robo sino el hecho en sí. La imprudencia de Novo no es una hecatombe pero es censurable. Sobre todo, en un representante público.