Tiene un cierto halo de tristeza. La imagen de una familia real destronada, como la griega, es una estampa llena de melancolía, pena y desánimo. Poco importa que muchos de los presentes en la estampa familiar junto a la tumba del rey Pablo, el padre de la Reina Sofía, pertenezcan ahora a familias reinantes como la española. El exilio, la pérdida del trono o la falta de reconocimiento popular dejan a este tipo de familias en un contexto de decadencia difícil de superar. Ni siquiera en esos momentos son una familia como las demás.
Aunque la foto rezando juntos alrededor del panteón, en recuerdo del medio siglo sin el rey Pablo de Grecia, sea la misma que viven a diario millones de familias en el mundo, la suya tiene un poso de tristeza muy peculiar. Viéndola me parece estar asistiendo a una película europea dramática, con banda sonora de Chopin y con un director de fotografía magnífico capaz de potenciar el negro y gris de los abrigos y de las melenas canosas de sus protagonistas.
Es el pesar de unos hijos y unos nietos que recuerdan con dolor al patriarca pero, en el caso de una familia real, además, es una dinastía la que rememora los tiempos en los que eran la cúspide del Estado. No son familias normales. Por mucho que se empeñen en hacer un “selfie” o en casarse con plebeyas. No lo son en las bodas, ni en los nacimientos o bautismos de seis o siete nombres ni en la muerte.
Sin duda, las lágrimas en los ojos de la Reina Sofía son las de cualquier hija ante la tumba del padre, pero a los miembros de una familia real se les ha impuesto un modo distinto de vivir incluso las relaciones familiares. La pérdida es mucho más que la ausencia de la persona; es la carencia del referente, del eslabón que les une al pasado y del sentido de toda una vida dedicada a una estirpe. Por el contrario, la reunión de todos en torno a él es una página de la historia. Toda familia es historia pero éstas tienen algo propio e imposible de reconocer en otras: sus nombres hablan de una etapa de Grecia, de Dinamarca o de Europa. Los nuestros, no. Por eso, quizás, el dolor es doble: del hijo y del miembro de la dinastía.