Hace diez años escribí una columna en estas mismas páginas sobre lo sucedido en Atocha con un nudo en el estómago, los ojos vidriosos y la rabia en las mandíbulas. Se titulaba “Futuro perfecto simple” porque no podía ni quería regodearme sin más en el dolor. Porque, fuera quien fuera el autor, no debía sentirse victorioso. Nuestras lágrimas eran su triunfo y no debía ganar. Enjugamos una y mil veces el rostro para no darles esa satisfacción a los asesinos.
Toda España salió a la calle para defender la vida, la libertad y la paz frente a quienes pretendían arrebatárnoslas. Yo no pude ni llegar a la plaza del Ayuntamiento desde San Agustín en la manifestación que se convocó en Valencia. Me quedé en San Vicente a la altura del Olympia por la enorme cantidad de gente que llenaba el centro. Nos mirábamos con tristeza y en silencio. El silencio del esclavo dolido pero orgulloso. Del que sabe que, antes o después, logrará ponerse en pie aunque ahora lo hayan doblegado con la fusta.
En aquella columna decía: “en momentos en los que la tentación es derrumbarse ante la barbarie y pensar que nunca se acabará con el terrorismo, lo único que puede dar esperanza es imaginar el futuro. Un futuro perfecto simple: la convivencia en paz”.
Desde entonces, han pasado diez años. Ya estamos en el futuro, aunque aún sea un futuro inmediato. Como podríamos imaginar no es perfecto. Nunca lo va a ser. Pero es sustancialmente mejor que el que vivíamos entonces. Es cierto que seguimos bajo la amenaza islamista, pero también que ETA cada vez está más acabada y ya no copa las portadas de prensa. Ni siquiera los breves. ETA apenas es noticia, que es la mejor noticia.
En los “años de plomo” de la locura etarra era muy difícil imaginar lo que ahora estamos viviendo. Seguirán resultándonos tan inexplicables como entonces unas muertes inútiles e injustas. Tan cobardes. Tan sangrantes. Tan angustiosas. Seguiremos encogiéndonos en el sofá viendo las imágenes en televisión. Con el mismo horror y el mismo escalofrío. Pero con la convicción de que al terrorismo se le vence. Con dolor, pero se le vence. Se lo debemos a las víctimas.