Es posible. Después de años acumulando cargadores de móviles, lamentándonos de haberlos dejado en casa y asombrándonos de que no nos sirva el del vecino, la Unión Europea ha decidido exigir un mismo cargador para todos los teléfonos. La medida no es más que una gota en el océano, sin embargo, abre la puerta a una argumentación que echa por tierra la obsolescencia programada, esto es, una caducidad innecesaria pero introducida conscientemente en todos los aparatos electrónicos que manejamos con tal de obligarnos a renovarlos. Yo lo entiendo. De otro modo, sería muy difícil que la industria pudiera mantener sus beneficios. Si un móvil dura 10 años y solo un usuario de cada tres lo renueva con frecuencia para adaptarse a la moda, el negocio se va a pique.
Sin ir más lejos, yo soy de esas que no cambian hasta que el aparato se muere, aburrido de sí mismo, o bien el contexto impone otra cosa a la fuerza. Con decir que aún tengo en casa un vídeo Betamax y funciona. “Funciona” significa que podría enchufarlo y usarlo, pero tuve que licenciarlo y comprar un VHS contra mi criterio, porque llegó un momento en el que no vendían ni cintas, ni películas ni cables de repuesto. Con el móvil sucede lo mismo. Funciona perfectamente pero las nuevas actualizaciones requieren una capacidad que no tiene y me obligan a cambiarlo. Todo muy libre, como puede verse.
Por eso me hace gracia que la UE alegue razones ambientales, de ahorro y de comodidad del usuario para imponer a los fabricantes de móviles un cargador universal. Es muy buena idea pero es aplicable al 100% a todos los aparatos que tenemos en casa. Los criterios esgrimidos por Bruselas son un misil en la línea de flotación de la obsolescencia programada pero ¿se atreverán las autoridades a presionar a las empresas para dejar de abusar de los consumidores? Si en el parque de bomberos de Livermore hay una bombilla encendida desde 1901, no hay más razón para que no fabriquen bombillas eternas. Ni para no sustituir el modelo de producción actual por otro más sostenible. El problema es que nos prefieren consumidores compulsivos, no responsables.