Dos falleras que se besan. Al parecer, es el gran escándalo de estas fallas y la polémica necesaria para tildar las fiestas de retrógradas, antiguas y casposas, como algunos procuran cada año. La portada de una revista y medio mundo comentándolo, algunos sin vinculación con los falleros, ni con Valencia y ni tan siquiera con la causa del arco iris.

Dicen quienes protagonizan esa foto provocadora que una lesbiana nunca llegará a Fallera Mayor. Y yo me pregunto ¿nunca? ¿Y si ha llegado ya y no lo sabemos? ¿Acaso pasan alguna prueba del pañuelo? No niego que la homosexualidad sigue siendo en muchos entornos un estigma, en especial cuando es femenina, pero ese victimismo constante no creo que ayude ni siquiera a sus protagonistas.

Desde mi punto de vista, el problema del llamado “orgullo”, es decir, la necesidad de manifestar públicamente la opción sexual frente al miedo que mantiene “el armario” cerrado es que tiene un efecto tan perverso como el ocultamiento: reduce a la persona a su condición sexual. Las chicas de la portada son falleras, mujeres, valencianas y lesbianas. ¿Por qué hemos de quedarnos solo en lo último? La respuesta es evidente: porque ellas se reivindican así con ese beso. Lo hacen, imagino, para reclamar libertad en un mundo construido sobre la tradición donde el acompañante de una fallera mayor es el presidente de la falla, hombre, para más señas.

La verdad es que no puedo dejar de sonreírme cuando algún carcamal da por hecho que en el campo del que se trate -deportes, toreo, fallas- no hay homosexuales. Es tan ingenuo el comentario que resulta pueril. No digo que esté lleno, como otros pretenden, pero sí que cualquier entorno es como la vida misma y si en ella hay quien prefiere mujeres que hombres o viceversa no veo por qué no va a haber futbolistas y toreros gays o falleras lesbianas. Ahora, la pregunta es ¿y qué? Su opción ni quita ni pone nada a su modo de vivir la fiesta. Su exclusión o su reclusión, por el contrario, sí reducirían la pluralidad presente en ella. Y su exhibición acusadora tiene el riesgo de desviar la atención sobre lo esencial.