Hay una cosa que casi nadie ha destacado de Suárez en estas horas de duelo colectivo en las que todo ha sido dicho una y mil veces. Suárez era creyente. De los de verdad, de los que han enseñado a sus hijos a confiar sabiéndose “en manos de Dios”. De los que se lo ha inculcado diciendo muchas veces en casa que “Dios proveerá” y ha mostrado un comportamiento coherente con esa afirmación. Suárez era un católico convencido. Y era político. Y demostró que podía ser las dos cosas a un tiempo sin que se viera mermada su credibilidad por ello.
Es cierto que eran otros tiempos. Se salía de un periodo en el que el bautismo venía de serie y pocos podía sustraerse a ello. Sin embargo, precisamente por eso, era el tiempo en el que la forma de presumir de avanzado era renegar de esa condición religiosa. Pero él no necesitó hacerlo para ser presidente, hombre de Estado e incluso quien abriera la puerta a socialistas y comunistas.
Posiblemente ahora le afearían la conducta y quizás no le dejaran ni ocupar un cargo por vérsele con frecuencia en misa. Es el laicismo extremo que denigra al político cuando obedece a su conciencia y no a su partido ni a la estrategia de poder más conveniente en cada momento.
Suárez no jugó a favor ni en contra de la Iglesia católica porque entendió que ése no era su papel. Él intentaba favorecer a los españoles, creyentes y no creyentes. Ésa era su misión como presidente del gobierno. Y el mejor servicio que podía hacer a la propia iglesia. También lo entendió así Tarancón. Por eso no exigió a un presidente católico que diera más peso al adjetivo que al sustantivo, como diría Herrera Oria.
Son talantes que faltan hoy en esta España a la que se le llena la boca hablando de búsqueda de consensos y de concordia en Suárez pero se dedica a cultivar el disentimiento y la discordia. Sobre todo, a considerar imposible servir a Tarancón y a Carrillo. A los católicos y a los comunistas. Nos asombra la España que quería Suárez porque, siendo entonces más difícil que ahora, la vemos a años luz de nuestro presente. Seguramente, porque no tenemos políticos de su talla, generosidad y fe.