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María José Pou

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El hijo de Javier

A todos nos conmueve. Es una imagen feliz pero terrible por lo que cuenta. Es el encuentro entre Javier Espinosa, uno de los periodistas secuestrados en Siria que llegó ayer a Madrid junto con Ricardo García Vilanova, y su hijo mayor. La fotografía muestra a Javier a los pies de la escalerilla del avión a punto de abrazar al niño, que corre feliz a su encuentro. Es un momento de indescriptible alegría para sus familias pero con un nivel de felicidad inversamente proporcional a la angustia vivida estos meses.

Seguramente el hijo de Javier, como de tantos y tantos informadores, presume en el cole de que su padre es un supermán, aventurero, que vive en el riesgo a diario, que sabe salir de situaciones complicadas y que hace bien a la humanidad. Hoy quizás no vaya al cole pero en cuanto lo haga podrá explicar a sus compañeros que su papá cuenta mil historias de lugares lejanos, cosas que no conocen quienes van a esos sitios de turistas.

Sin embargo, él y sus familias saben que un día puede suceder lo que le pasó a Javier hace casi 200 días. No volver. No saber de él. No conocer dónde está ni si está bien. Vivir con el alma en vilo. El crío ya sabe lo que es el riesgo del periodista en zonas de conflicto. Aunque todos lo demos por bien empleado si gracias a él sabemos de bombardeos indiscriminados en Siria o, gracias a Ricardo, vemos imágenes terribles de niños cubiertos de polvo siendo rescatados por sus padres de entre los escombros.

Siempre se nos llena la boca y el papel diciendo eso. Si no fuera por ellos, no conoceríamos la realidad. Y es cierto. Son nuestros ojos en Alepo o en Homs. Pero me pregunto de qué sirve. Cumplen una labor insustituible y encomiable pero ¿vale la pena, si las opiniones públicas a las que van destinados sus mensajes no reaccionan? ¿Para qué jugarse la vida en Siria si nada cambia, si los gobiernos se callan ante las presiones de Rusia y China? Es cierto que no se puede abandonar a un pueblo que sufre pero de poco sirve hoy exaltar la figura del periodista si lo enviamos allí para contarnos algo que, en el fondo y a tenor de nuestra pasividad, no parece importarnos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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