Cada vez vivimos más solos. Según la última estadística del INE, uno de cada cuatro hogares en España, y también en la Comunidad Valenciana, son unifamiliares y tres de cada diez, están ocupados por dos personas. En definitiva, en más de la mitad de los hogares solo viven una o dos personas. Con esas cifras, podemos pensar que nuestra sociedad está cada día más atomizada y los españoles vivimos más aislados, sin embargo, el aislamiento y la soledad no dependen de cuántos comparten la casa sino de las relaciones sociales que establece cada persona. Cuando alguien ha escogido vivir solo y mantiene a sus amigos y su círculo de próximos, la soledad no tiene por qué ser un problema. Sí lo es cuando esa situación le viene impuesta y tiene dificultades para mantener lazos con el entorno. No es lo mismo un divorciado que ha tenido que buscar un “piso de soltero” pero es joven y no ve alterada en extremo su vida social, que un anciano al que los hijos no atienden salvo lo justo para saber que sigue respirando.
Son esos hogares los que me preocupan. Aquellos que han quedado solos cuando no deberían ni querrían estarlo. Sé que las situaciones son muy complejas. ¿Quién no se ha encontrado alguna vez con una persona mayor que se siente capaz de vivir de forma independiente y a la que los hijos no consiguen convencer de que necesita ayuda? El aumento de la esperanza de vida ha hecho que aflore una realidad variada a la que las autoridades no dan suficiente cobertura, tal vez porque no llegan a saber de su existencia. A veces se limitan a cumplir con las necesidades básicas como el programa que les lleva la comida a casa pero no disponen de recursos para otras tan importantes como ésa: la compañía. Es cierto que hay organizaciones no gubernamentales o parroquias o voluntarios e incluso vecinos caritativos que hacen esa función pero cada vez son más, por lo que vemos, quienes lo van a necesitar y no podemos confiar solo en la buena voluntad de quienes viven cerca. O el Estado se ocupa de que, para ellos, soledad no signifique desamparo o aumentará la esperanza de vida, pero de una vida desesperanzada.