Si me lo hubieran dicho hace unos años no me lo hubiera creído. Los duques de Cambridge, Catalina y Guillermo de Inglaterra, presumen de naturalidad mientras que aquí, los Príncipes de Asturias, hacen justo lo contrario. ¿No eran los ingleses mucho más envarados y hieráticos que los españoles? Pues la realeza –al menos, en las siguientes generaciones- parece que lo desmiente. Lo vimos hace quince días cuando la pareja inglesa difundió a los medios de comunicación una nueva fotografía oficial en la que se veía a toda la familia asomada a una ventana. Y cuando digo “toda” la familia es “toda”. En la foto aparecían distendidos los padres con el pequeño de la casa en brazos de mamá y Lupo, el cocker spaniel negro, en brazos de papá. No era la primera vez. Ya en las fotos del recién nacido, hace ocho meses, aparecía éste sostenido por Catalina y, con ellos, en el jardín, el cocker y otro perro tumbado plácidamente sobre la hierba. Los perros dan confianza a una sociedad, la inglesa, que los adora.
Esa misma naturalidad ha estado presente durante su viaje a Nueva Zelanda con el pequeño Jorge. El niño bajó en brazos de su madre aunque su nanny española estuviera muy cerca. Pero, más que eso, llamó la atención una imagen, digna del mejor director de comunicación, en la que unos padres primerizos compartían juegos y confidencias con la pareja principesca y los vástagos de todos ellos. Era imposible no ver corretear al pequeño de los Windsor junto con los demás críos, y los periodistas incluso tomaron declaraciones a los padres que participaban de la reunión informal con frases tan “sorprendentes” como que el hijo de Guillermo y Catalina solo quería jugar. Inaudito tratándose de un bebé.
Lo interesante es que esa relajación y naturalidad en unos príncipes venidos del Imperio de las “buenas maneras” contraste tanto con unos herederos españoles que miden y controlan sus apariciones públicas hasta lo exasperante y, sobre todo, impiden ver con más normalidad a sus hijas. Escenas como ésa podrían darse con frecuencia y favorecerían la acogida de un heredero que tendrá que ser próximo, aunque no sea campechano.