Si una fiesta no se puede celebrar, no se celebra, por mucho que nos duela. No hay más que ver a los cofrades de la Semana Santa sevillana que acaba de vivirse. Su gran ilusión es sacar en procesión a su Virgen o a su Cristo; pasan el año entero preparándose para eso y, sin embargo, cuando llega el Jueves o el Viernes Santo y el cielo rompe a llover, no hay nada que les duela más en el corazón y nada que les haga acompañar más la lluvia con su llanto, pero el paso no se mueve de la iglesia. Su devoción a la imagen hace que la estimen tanto como para no exponerla al riesgo del deterioro.
Así debería ser el comportamiento de todo festero pero no solo en relación a su fiesta querida sino a lo que le rodea: su pueblo, su monte o sus vecinos. Si hay que dejar de disparar una mascletà en Fallas porque la lluvia mojará la pólvora y puede ser un peligro, la mascletà se pospone y se dispara el 20 o el 21 de marzo. Si hay que replantearse los bous al carrer porque no tiene pies ni cabeza que algún vecino del pueblo muera cada año en los festejos, quizás ha llegado la hora de hacerlo. Sin dramatismos ni aquelarres. No hay peor drama que ver morir a un chaval de veinte años en lo que pretende ser divertido.
Si un castillo de fuegos artificiales no puede cerrar el día grande de la fiesta porque hay peligro de incendio forestal, el día no es menos grande ni solemne sin él. Al contrario, nada empaña más la felicidad de una celebración que una noticia funesta. Y si hay que ofrecer una alternativa a los niños que acuden a una concentración de adultos porque los castillos hinchables no son seguros ante rachas de viento incontrolables, se les pone a pintar, a cantar o a jugar al pilla-pilla. Todo con tal de hacer de la fiesta algo alegre, lúdico y seguro. Quien de verdad quiere a su pueblo, evita que la sonrisa se agrie por descuidar la seguridad de los actos multitudinarios en sus fiestas patronales. Lo otro no es solo irresponsabilidad, sino también falta de amor a sus vecinos. No basta con anunciar expedientes o sanciones. Hay que hacer que sean tan duras que no compense pagarlas, como de costumbre.