Decían que esta temporada se llevaban las barbas pero no imaginaba hasta qué punto. Tantos años padeciendo cremas, bandas y láseres de depilar para llegar a esto: las famosas optan por axilas pobladas y las que triunfan son las mujeres barbudas. Ya no sé si es un gesto de rebeldía y liberación femenina que se niega a seguir sufriendo o, por el contrario, un ejemplo de imposición masculina de nuevo cuño que aplaude a la mujer que se asemeja a un hombre.
Esa reivindicación del pelo en el cuerpo de una mujer no acaba de convencerme aun cuando someterse a su eliminación no deja de ser una incomodidad y una manera de aceptar la diferenciación sexista que siempre se ha reído de la mujer peluda y ha exaltado al hombre cavernícola, cuanto más piloso más hermoso. Lo que más me gustó, sin embargo, de las excentricidades vistas en esta ocasión, es su carácter revolucionario. No para Austria, ni para buena parte de la Europa “avanzada” sino para las nuevas incorporaciones venidas del Este. Austria representa un modelo situado a años luz del antiguo Pacto de Varsovia. La entrada de los países que formaban parte de ese bloque allende el Telón de Acero supuso un cambio en el eje de Eurovisión. Por eso ni Austria ni España ganan un colín desde hace décadas. Por entonces, Europa era nuestra y Salomé podía codearse con lo más granado de la música festivalera. Sin embargo, desde hace tiempo vemos cómo en el festival televisivo quienes mandan son los nuevos países nacidos de la desintegración de la URSS: Bielorruisa, Letonia, Azerbayán o Ucrania.
Este año hemos asistido, pues, a una “guerra fría” de la canción. Por un lado, la Europa avanzada con Austria y su mujer/hombre; por otra, las cantantes de Polonia, encarnando el modelo del macho Putin, que caza osos a pecho descubierto y gusta de la mujer-mujer vestida de aldeana. Todo ello deja de lado las bondades de las diferentes canciones y las virtudes musicales de sus protagonistas. Poco importa. Es una forma de ver la vida lo que se juzga y, al parecer, los amantes de Eurovision prefirieron dejar atrás el antiguo régimen. Una alegría. Aunque sigamos sin ganar.