De todo lo que rodea el asesinato de Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación de León, lo más duro es saber –si se confirma- que el crimen lo perpetraron madre e hija. Poco importan las causas y mucho menos el perfil profesional, político y hasta afectivo de la víctima. ¿Acaso no clamamos que eso no se considere relevante en la violencia contra la mujer? Si no se justifica esa muerte por celos, tampoco esta otra, por venganza.
Conocer las causas que llevan a alguien al delirio de matar solo nos tranquiliza cuando establecemos una relación lógica. Así, sabemos que si el asesino tenía una cuenta pendiente, no nos tocará a nosotros. Salvo que tengamos las nuestras. Sin embargo, cuando la relación entre asesino y asesinado no existe nos inquieta sobremanera pues lo aleatorio nos pone a todos en el centro de la diana.
En el caso leonés, nos precipitamos a ver “razones” para matar. Y ahí es donde está el veneno del crimen. Ser despedido, tener una deuda e incluso averiguar quién es la amante del marido no son “razones” para matar. Son justificaciones de un odio mal gestionado y es éste el que lleva a empuñar el arma. Lo desproporcionado es considerar que el despido, la deuda o la amante justifican un odio tan feroz como para arrebatar la vida a otro. Es el Mal en sentido profundo. La vida del prójimo no vale nada. Por eso me produce escalofríos la imagen de la madre y la hija.
Nos cansamos de ver en la maternidad el máximo exponente del amor desinteresado, de la ternura, de la vida. Por eso cuando es una madre la que incuba el odio en los hijos resulta tan difícil de asimilar. Solo aceptamos un extremo y es aquel en el que la madre se sacrifica hasta el infinito por sus vástagos y por tanto es capaz incluso de hacer cosas que jamás hubiera imaginado. Quién sabe si también matar para protegerlos. Lo inútil de la muerte de Isabel Carrasco es que no ha protegido a nadie. Ni a la hija, ni a la madre para poder cuidarla.
De confirmarse como un acto de venganza, es la peor enseñanza y el peor ejemplo de una madre a su hija. Ha terminado de desgraciarla de por vida. Ni tan siquiera la ha exculpado.