Algunos parecen levitar con el milagro Podemos. No se puede negar el mérito de haberse “colado” en la escena sin apenas recursos ni el engranaje institucional que tienen los demás partidos. Sin embargo, parece más fácil aglutinar apoyos contra el poder que ejercerlo. La oposición es el papel más agradecido que hay en la vida política. Veremos, pues, si los indignados de Iglesias responden a las expectativas y no son sorprendidos, de pronto, con un bajón en pleno éxtasis que evidenciaría lo que tienen las europeas de voto visceral, sin nada que perder para muchos.
En cualquier caso, llama la atención cómo en estas elecciones algunos han hecho la campaña al oponente. Es el caso de Compromís para los representantes de Podemos en la Comunidad Valenciana y de Artur Mas, para ERC. En la Comunidad, la machacona denuncia de corruptelas, despilfarros y megalomanías ha creado el caldo de cultivo ideal para que triunfara una propuesta como Podemos entre quienes se identifican con una izquierda no catalanista. En Cataluña, la deriva secesionista del president hizo que su tren saltara de vía y transitara por la de Esquerra hasta ponerle en bandeja el triunfo.
Pero lo que más inquieta es la tendencia al radicalismo. En Europa, el extremismo es conservador mientras que, en España, es de izquierdas pero igualmente excluyente. La diferencia es que el primero es socialmente rechazado mientras que el segundo, no, porque se basa en un programa políticamente correcto. El problema es que la zancadilla a los partidos de izquierda por su ala más extrema conseguirá radicalizarlos con tal de ganar terreno al recién llegado. Y lo mismo puede aplicarse a las opciones más conservadoras situadas a la derecha del PP. Los radicalismos no solo son inquietantes por sí mismos sino por su capacidad de llevar a los partidos más centrados hacia sus extremos si ven que ahí está el granero de votos. Tal vez lo que nos espera en los próximos años en Europa sea una batalla con bandos más marcados. Por lo que se ve, aún tendrán que pasar varias décadas para volver a valorar el punto medio. Otro efecto, peligrosísimo, de la crisis.