Lo malo de hacer anuncios de cambios en el mundo político es que, inevitablemente, esperamos algo emocionante, sorprendente y espectacular. Al menos, confiamos en que el interés del anuncio se corresponda con el contenido de lo comunicado. Si, además, la noticia es explicada por la cúpula de una organización, debe ser de tan gran impacto que justifique una convocatoria a ese nivel.
Nada de eso ocurrió ayer a pesar de lo que significa la salida de Císcar y la llegada de Mª José Catalá a la portavocía del gobierno valenciano. La verdadera noticia no está tanto en el Consell como en el PPCV. Quien ha quedado tocado tras los resultados electorales –que, al parecer, están detrás del cambio- es el partido y no tanto el gobierno pero el único resorte que controla sin impedimentos Alberto Fabra es su gobierno. El partido está en una dimensión paralela sobre la que su intervención no siempre tiene el efecto deseado.
Por eso nos quedamos con la sensación de algo “interruptus” o demasiado precoz. Un “ah, ¿ya?” cuando el batacazo hacía temer medidas de mayor calado en la Comunitat tanto en su política como en las personas que encarnan el proyecto popular.
De momento, prometen más reubicaciones para la semana próxima pero, después de este despago, ya no sé si entusiasmarme con la sola perspectiva de una renovación. En esta ocasión, además, parece que serán directamente en el PP y no tanto como carambola, al estilo del adiós a Císcar para encargarse del partido en Alicante. O de la sustitución de Paula Sánchez de León como delegada del gobierno. Si no fuera porque sabemos que Rajoy no es amante de grandes tsunamis, pensaría que nos cae Margallo en la calle Colón con tal de no poner a Serafín Castellano.
No terminan de hacerse el ánimo de que requieren que les den la vuelta como a un calcetín. Después de todo lo que ha llovido, las mismas caras de siempre están quemadas, pero se empeñan en aferrarse al sillón. O al objetivo de la cámara. No ven que hacen falta varias “Catalá” en el PPCV. Si no, terminarán por ser los ciudadanos los que hagan la renovación que se resisten ellos a hacer. Y, además, de cuajo.