Cuando veo la campaña que se ha desatado contra la cabeza visible de ‘Podemos’, Pablo Iglesias, me doy cuenta de una de las claves de su éxito: el enanismo intelectual de algunos que se sitúan enfrente. Acusarle, por ejemplo, de comprarse la ropa en Alcampo es ridículo e infantil. Lo preocupante es que hiciera un discurso contra el neocapitalismo y se fuera de shopping a Nueva York los fines de semana. Otra cosa es que no caiga bien, parezca prepotente o no resulte simpático. Esas cuestiones nada tienen que ver con la validez de sus planteamientos o, al menos, conviene distinguirlos. Es posible compartir un ideal y rechazar a quien lo encarna. Difícil, pero posible. Es difícil porque, por lo general, solemos envolver de cierto halo protector a quien defiende aquello en lo que creemos. Quiero decir que inconscientemente lo disculpamos de los errores o los minimizamos. Ahora bien, si la persona en cuestión es altiva y nosotros, críticos, la comunión de principios no nos impide ver la realidad: nuestro líder tiene una personalidad insufrible.
Algo así ocurre con Pablo Iglesias, cuya exaltación personal supone un riesgo para la propia formación. Que se convierta en noticia él, su rueda de prensa o su capacidad de convocatoria puede hacer que se olvide todo lo demás. Lo que interesa a su partido es su contenido –creo- y eso parece quedar en un segundo plano con la excesiva presencia del líder. Es cierto que ese personalismo está detrás de buena parte del éxito electoral de la novísima formación, pero debería rebajarse en los próximos meses si quiere aglutinar a quien pueda convencer el qué y no el quién. No parece que vaya a ser así. Su presencia ayer en Valencia es uno más de los eventos que lo confirman. La demagogia necesita hablar bonito y él lo hace. Por eso no es prescindible. Lo curioso es que la mayoría de sus afirmaciones son aceptables por gente sensata y bienintencionada pero, sobre todo, verdaderas. Demagógicas, pero verdaderas. Una paradoja digna de análisis. No es falso todo el diagnóstico pero sí es embaucador el tratamiento propuesto. Y él es el perfecto flautista de Hamelin.