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María José Pou

iPou 3.0

El silencio del duelo

Cuentan los mayores que, antiguamente, por Viernes Santo, se cerraban los cines y todo tipo de espectáculo; no se ponía la gramola o la radio en casa salvo para las noticias y se evitaba cualquier jolgorio, música o diversión. Era la forma de mostrar dolor ante el Cristo crucificado. El silencio respetuoso de las procesiones acallaba el chismorreo y la banalidad.

Hoy hemos abandonado esos usos de referencia religiosa, pero mantenemos la costumbre de declarar día de luto nacional cuando acaece la muerte de una gran figura política. El último fue Adolfo Suárez.

Sin embargo, hay días, como ayer y hoy, en los que la actualidad está pidiendo a gritos la recuperación de ese silencio funerario. Nada de música ni fiesta. Nada de alegrías y estruendo, pues hay tristeza en el alma. Ocurre cada vez que muere un gran intelectual o un gran nombre de las letras. Ayer, Ana María Matute. Hace semanas, Gabriel García Márquez.

Cuando muere un escritor, no solo perdemos a la persona sino que perdemos una voz. Su muerte es hacedora de silencios, como todas, pero en su caso lo es especialmente porque el modo de ser del escritor o del pensador es la palabra. Por eso, ayer y hoy, días en los que el comentario público gira en torno a mujeres, la Infanta Cristina, Magdalena Álvarez, Ana María Matute…, es ésta última la que debería llenar el vacío de palabras que deja. Como heredado del contexto religioso, el alma pide recogimiento y lectura de texto sagrado, en su caso, sus obras. Debería ser el momento de aislarnos del mundanal ruido para escuchar su voz en las páginas de sus libros.

Frente a eso, sigue el parloteo constante sobre la infanta y la exministra, firme demostración del dicho popular “el muerto al hoyo y el vivo, al bollo”, o lo que es lo mismo, el primero, condenado al silencio eterno y el segundo, a ser carne de tertulia. Las grandes figuras de la literatura tienen un laurel más perdurable que los demás, aunque ningún país declare luto nacional por su muerte. Ellos permanecen en las palabras que fueron capaces de juntar para emocionar, relatar y hacernos vivir. Probablemente eso es la eternidad.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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