Si me dijeran ahora lo de la profecia maya, me lo creería. A pies juntillas. No sé si tendrán razón, si la tuvieron alguna vez o si todo eran especulaciones sin sentido pero ha llegado el día en el que me convence pensar que encajan todas las piezas.
Es verdad que algunos advirtieron, cuando se aproximaba la fecha fatídica, que en realidad los mayas no anunciaban el fin del mundo en sentido estricto sino metafórico, es decir, no se trataba del apocalipsis sino del final de una era y el comienzo de otra.
En efecto. Estamos cambiando de etapa y viviendo en primera persona el final de un ciclo. Ha muerto Suárez, ha abdicado el rey y Pérez Rubalcaba se va definitivamente (¿) de la política. Esto sí es el final de la historia, tal y como lo conocíamos. Solo falta que Rajoy se afeite la barba y que Ana Botella se haga hipster. Entonces empezaría a pensar que San Juan nos miró por una mirilla.
No me sorprenden ni la salida de Rubalcaba de la política –no solo de la primera fila- ni el aplauso sentido del Congreso ayer. Es toda una figura. El Rasputín de la vida pública española. Se hará difícil continuar sin él, sus estrategias, sus miradas furtivas, su argumentación de niño bueno y manejos de gremlim malo, en definitiva, su perspicacia para el poder, aunque los resultados de la última etapa hayan empañado de algún modo su trayectoria.
A mí me subyuga la idea de que vuelva a la Universidad. Estoy a punto de matricularme en Química solo por tenerle de profesor. Me encantaría verle debatir en clase con un alumno recalcitrante pero indocumentado. Imagino que le hará un jaque mate solo con un movimiento de peón. Y no digamos los duelos verbales del profesor con un buen alumno, de esos que sabe de lo que habla, que no se conforma y al que solo le faltan años y canas para estar a la altura del enseñante. Rubalcaba es demagogo cuando quiere pero incisivo y malévolo. Es verdad que no tiene el gracejo de Alfonso Guerra pero tiene una cintura que para sí quisiera Shakira. Se le echará de menos en una política cada vez más próxima al chupito insatisfactorio que al buen trago largo y de fuerte retrogusto.