Aún no sé si alegrarme o preocuparme. Eso de que todos los pretendientes quieran venir a Valencia a pedir la mano de la novia da que pensar. No hablo de una macroboda de la secta Moon ni del último reality de televisión sino del PSOE. Los tres candidatos, Sánchez, Madina y Pérez Tapias, han decidido celebrar aquí algunos de los últimos actos de su campaña para alcanzar la Secretaría General. Y casi casi, hasta coinciden en fecha y hora.
Supongo que la elección se debe al peso de los votos valencianos en el interior del partido, lo que no deja de ser curioso en relación a lo que sucede en la calle. El socialismo valenciano no levanta cabeza ni aunque se la rebane la guillotina del tripartito. Sin embargo, para liderar el PSOE, al parecer, es necesario ganar Blanquerías.
En cualquier campaña, fuera del mítin de inicio, se suelen reservar para el final los sitios de mayor importancia. Así se consigue una progresión que va elevando el tono y que premia a los preferidos o indica cuáles son los fuertes. Al mismo tiempo, esa elección es un mensaje, en este caso, a la militancia. Valencia importa. Valencia tiene que ganarse o se perderá para siempre que, en términos políticos, significa para mucho mucho tiempo. No es nuevo en el PSPV. Hace tanto tiempo de los años de protagonismo que no los recordamos. Ahora lo son por su imagen difuminada. Hay toda una generación que no ha visto nunca a los socialistas valencianos en el poder. Ni en la Generalitat ni en el Ayuntamiento de Valencia. Ni siquiera les ha visto ejercer una oposición potente y hacer “daño” político al PP. Como mucho les han picado en el talón una noche cálida de verano y aquellos, sin esfuerzo, los han aplastado contra el suelo con un simple giro de tobillo.
Por eso podríamos congratularnos o mosquearnos con ese cariño notable de los candidatos a dirigir el PSOE. ¿Qué habrán prometido a los avalistas o qué les habrán asegurado para el futuro éstos? La presencia de los tres, tal vez, signifique que los apoyos aquí están divididos; eso no presagia una mejoría. Al contrario, es evidencia de que no consiguen superar la división interna.