Desde pequeños nos enseñan a ser buenos chicos. Es lo deseable para todos: para los padres que muestran así su capacidad educativa; para los sujetos, porque se meterán en menos líos que los “chicos malos” y para la sociedad en su conjunto, que no tendrá que preocuparse de otros inadaptados.
Sin embargo, la vida nos dice que a menudo ser buen chico o buena chica no resulta rentable. Lo reconocía hace unos años la psicóloga Ute Ehrhardt publicando el libro “Las chicas buenas van al cielo y las malas, a todas partes”. Ella se refería, con esa ocurrente frase , a la sumisión femenina enquistada entre las mujeres de anteriores generaciones, pero bien podría aplicarse a otros contextos.
Ayer mismo lo ponían de manifiesto los empresarios valencianos, dispuestos a dejar de ser “buenos chicos” (sic) respecto a Madrid por la infrafinanciación. De los buenos se espera paciencia infinita e incluso resignación; de los “malotes”, disposición a hacer “de su capa un sayo”. Esa actitud a veces impone tanto que consiguen lo que quieren solo por su fama.
El problema surge cuando el bueno ve cómo su comportamiento no es reconocido. Si uno actúa bien pero a quien se premia es al malo, el mensaje parece evidente: los buenos son tontos. Ahí reside la cuestión de la rentabilidad. ¿Le merece la pena al buen hijo cuidar del padre, en la parábola famosa, cuando el hijo pródigo es recibido con regalos y con alegría después de una vida disoluta? La respuesta parece invitar al mal. El error no está en el hijo que se queda, porque hace bien, ni en el hijo que se va, porque es recibido con cariño si se arrepiente. El quid de la cuestión es que el padre debe mostrar al buen hijo lo mucho que estima su opción por quedarse a su lado. Eso le corresponde a Rajoy: mimar a una Comunidad que no ha dejado de apoyarle. Si el problema es que Valencia le recuerda a “Gürteles”, lo que urge es que limpie su casa, no que nos “castigue” a los valencianos solo porque no somos “malos chicos” que andamos recordando la Batalla de Almansa todos los días y amenazamos con irnos con el vecino pandillero que tiene a raya a todo el barrio.