Sobre ambos se ha escrito de todo. Sus partidarios los encumbran y sus detractores los presentan como seres demoníacos. Son el presidente ruso, Putin, y la cancillera alemana, Merkel. Ambos tienen en común haber vivido bajo el régimen comunista soviético; en la URSS, Vladimir o en su satélite, la RDA, Angela.
Ambos han pertenecido a organizaciones comunistas, de larga trayectoria en el caso de él; solo en su juventud, en el de ella.
Sin embargo, hay algo que parece diferenciarlos. Merkel comenzó su carrera política con la caída del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania, es decir, con la vuelta a la democracia de la Alemania que estaba bajo la órbita soviética. Putin, en cambio, ingresó en la KGB nada más terminar la universidad, allá por el año 75, y ya no lo ha dejado. Hasta la fecha. Es decir, Merkel ha sabido evolucionar desde la dictadura soviética hasta la democracia europea mientras que Putin no parece haber hecho esa transición personal. No hay más que ver el juego entre Medvedev y él para repartirse la presidencia del Estado y la del gobierno. Sus modos son autoritarios frente a los demócratas de la cancillera, aun con todas sus limitaciones.
Quizás la razón de esa diferencia radica por un lado en la educación protestante de Merkel y por otro en la propia evolución de Alemania frente a la podrida oligarquía rusa. Merkel no ha buscado reproducir los esquemas de un sistema corrupto como el de la RFA. Es verdad que la democracia no es perfecta, pero aún conserva unos controles que impiden a un dirigente extralimitarse. No así en Rusia donde el presidente ha adoptado los modos del zarismo con los instrumentos de la URSS. Por eso no es de extrañar ni las muertes de periodistas en Moscú o en Londres, ni las matanzas de terroristas poco aclaradas, ni, ahora, las sospechas sobre el avión derribado en Ucrania.
La izquierda dice que la imagen de Putin está manipulada por la propaganda americana y, a estas alturas, tampoco me parece descabellado. Sin embargo, no quisiera tener un presidente como él investigando lo ocurrido. Ni siquiera presidiendo el festival del colegio de un hijo.