Hay decisiones de política internacional que deberían ser acompañadas de un dossier con claves secretas. Posiblemente, todas. De otro modo, cuesta entender el trasfondo y las razones reales de todo ello. Que el yihadismo debería ser erradicado no necesita más explicación. Los extremistas violentos, sean del color que sean, son un mal para toda la sociedad, empezando por su misma causa. En el fondo, ésta no es otra que el poder por el poder pero se disfraza de razones políticas, territoriales o religiosas para darle cierta moralidad. Por eso aplaudimos que los países de la UE decidan enviar armamento para combatir sobre el terreno a esos salvajes, los mismos, por cierto, que decían querer exterminar los norteamericanos en tiempos de Bush y de Aznar. No sé si ahora nos parece más conveniente o nos consuela saber que serán los kurdos y no las tropas españolas quienes los combatan. Si es necesario hoy, parece una misión muy digna; si no lo es, ni lo era entonces ni deberíamos callarnos ante el actual envío de armas a la zona. Sin embargo, nadie levanta la voz y mucho menos tras conocer el horroroso asesinato del periodista James Foley. Ahora no parece que haya intereses estratégicos ni económicos en la decisión.

Sin embargo, son armas que también atacarán a inocentes. Cualquier arma es susceptible de eso. ¿O acaso es posible que los kurdos sean más expertos y tengan más control de sus bombas que los israelíes cuando persiguen a los terroristas de Hamás? Es la gran incoherencia de nuestra visión del mundo a través de gafas maniqueas. En su momento, era necesario armar a los afganos contra los soviéticos pero en ese caldo se cocinó Ben Laden. Hoy nos convencen de que debemos armar a la oposición siria, a los ucranianos antiPutin y a los kurdos. Esperemos no tener que arrepentirnos.