A menudo nos quedamos satisfechos con datos como el que ayer dio el ministro de Industria, Energía y Turismo. José Manuel Soria anunció que julio había sido el segundo mejor mes para el turismo en la historia de España. El único que lo superó fue agosto del año pasado. Sin duda, el incremento de turistas es una buena noticia por sí misma y es razonable, pues, que nos alegremos por la cifra y nos preocupemos cuando sucede lo contrario. Sobre todo, quienes tenemos una economía sostenida en el turismo. El ejemplo más claro lo estamos sufriendo en Valencia en estos meses, sabiendo del descenso de cruceristas en el puerto o de pasajeros que aterrizan en Manises procedentes de vueltos low cost.

Sin embargo, no debemos quedarnos únicamente con el dato global. No es solo porque el turismo en términos globales no es sinónimo de riqueza a largo plazo, sino porque el beneficio debe ser para todos los implicados en esa industria, no para unos pocos. Quiere eso decir que no nos basta con ser la Barceloneta o Magaluf. Por muy goloso que resulte captar así a los turistas extranjeros, no merece la pena sacrificar la imagen, como hacen algunos ayuntamientos, por atraer a niñatos incívicos con ganas de juerga barata. Tampoco hemos de descuidar un beneficio repartido. De eso se quejan muchos en zonas turísticas cuando ven cómo los hoteles se llenan pero sus restaurantes siguen vacíos gracias a los paquetes de “todo incluido” a precio de risa. Esos tuercen el gesto ante nuestra alegría por unas cifras récord de turistas sin preguntarnos nada más. Congratularnos por llenar hoteles es escaso, quizás irreal y sobre todo parcial. Tras esa cifra hay que mirar más: restaurantes, bares, tiendas o guías turísticos. Ellos quedan fuera del “todo incluido” pero no así de nuestra preocupación por el sector.