La canícula romana parece traernos una noticia importante para empezar el curso escolar. Se trata del nombramiento del nuevo arzobispo de Madrid en sustitución del cardenal Rouco Varela. Desde hace meses el runrún era constante y ya se hablaba del arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, como candidato ideal. Entonces no estaba claro si eran sus deseos, los del clero madrileño o los del Papa, que son los que mandan. Ahora dicen que es bastante fiable la hipótesis, para alegría de los madrileños pero tristeza de los valencianos. Ni en eso tenemos suerte en la Comunitat pues hasta los pastores con “olor a oveja” nos quitan. No es que no confíe en que nos traigan uno tan bueno o mejor que Osoro, pero es inevitable ese sentimiento de Segunda División cuando Roma demuestra que su preocupación por Madrid es mayor que la que tiene por Valencia. Salvo que el nuevo inquilino de la calle Palau deba entrar con mano dura; demasiado dura para la bonhomía del actual arzobispo.
Tal vez el problema no sea exactamente la mirada del Vaticano sobre Valencia, sino el relato de la prensa nacional, para la que el mundo termina no más allá de Pozuelo de Alarcón, al menos, la prensa que habla de estas cosas urbi et orbe. Es distinta a la que anda pegada al territorio como este periódico cuya prioridad no se pierde en las canchas centralistas de otros. Aquí nos preocupa y mucho a quien nombren para Valencia y no solo a quien se lleven a la capital. Puestos a hablar de claves locales hay que recordar que Roma tiene más dolores de cabeza con Barcelona que con Madrid. Que vaya para allá el valenciano españolísimo Cañizares o uno “del país” en vísperas del referéndum no es cualquier cosa. Posiblemente fue eso y no tanto lo de Osoro lo que esperaba saber la Moncloa de la llamada discreta de la Santa Sede.