La Justicia en este país necesita muchas reformas. La primera, la del ministro Gallardón. No me refiero a las que él pueda hacer o proponer, sino a él mismo. Que Rajoy debería cambiarlo, quiero decir. La segunda tiene que ver con la localización de personas implicadas o vinculadas a un procedimiento. Después de comprobar cómo es incapaz de encontrar a Julio Iglesias aunque actuara enfrente de los juzgados; a Francisco Camps, aunque jurara y perjurara que estaba en casa cuando se le fue a buscar y, ahora, a Santiago Calatrava, me pregunto si el GPS judicial funciona o necesita actualización.
En tiempos de la geolocalización, cuando hasta el más chiquilicuatre proclama a los cuatro vientos en qué barucho de carretera se está tomando unas cañas, los jueces no pueden encontrar a algunos personajes de primera fila para que acudan a declarar. Entendería los problemas de ese tipo con inmigrantes en situación irregular, con “sin techo” que no tienen domicilio ni, por ende, buzón donde recibir la citación o aventureros que pasan doce meses al año viajando de acá para allá. Pero que ocurra con gente VIP cuyos movimientos no pasan inadvertidos para vecinos, conocidos e incluso personas ajenas a su vida que, sin embargo, los reconoce por la calle, resulta, cuanto menos, sorprendente. Entiendo que el trámite es un acto formal y técnico que no echa mano de un micrófono y un reportero o reportera “asfálticos” que se apuesten en la salida del garaje del sujeto en cuestión y en la puerta de su casa a hacer “tareas de vigilancia”, como suele decir la prensa rosa. Sin embargo, parece inaudito que ni en una dirección personal ni fiscal ni siquiera en un despacho profesional pueda hallarse a la persona buscada. Máxime cuando la noticia de su comparecencia sale publicada en los periódicos y nadie puede ampararse en que lo desconocía. Cuando sucedió con Camps resultó especialmente chusco porque todos los valencianos sabíamos cuándo debía ir a declarar menos él. Lo mismo sucede ahora con Calatrava. Mañana debería comparecer en el Juzgado número 5 de Castellón, pero al parecer él es el único que no lo sabe.