La oposición en Valencia se pasa de frenada. No sé cómo lo hacen pero en cuanto defienden una postura que parece razonable, se sorprenden de su propio poder de convocatoria, se vienen arriba y ¡voilà! acaban pasándose. Ocurrió con el accidente de metro, el caso Gürtel o los contratos con Urdangarín y es lo que ha sucedido ahora con el dichoso calor en las aulas. Decirlo en jornada de resaca de una “ponentà” gloriosa resulta inoportuno pero es así. Tenían razón cuando se quejaban de que los valencianos fuéramos los primeros de la clase abriendo el curso todavía con arena en las chanclas. No podíamos ser como todos los demás y empezar a mediados. La Comunitat Valenciana era la empollona de la clase y se sentaba en primera fila. No se tuvieron en cuenta ni los problemas de los padres al comenzar pronto pero terminar también pronto, ni las condiciones de los centros. Ante las primeras polémicas, la consellera se justificaba diciendo que la climatología no era responsabilidad del gobierno valenciano. ¡A Dios gracias! Ningún conseller –ni Blasco en sus mejores tiempos- puede conseguir que llueva, truene o haga calor. Y el día que lo logren habrá que exiliarse por miedo a sufrir una tormenta eléctrica sobre Les Corts en día de sesión de control. El argumento es pizpireto y vistosillo, pero falaz. El problema no es el calor. El problema es el adelantamiento del curso escolar. Y eso, lamento decirlo, sí es responsabilidad de las autoridades educativas. Todavía no he conseguido entender la razón de empezar el curso cada día más pronto como no sea disputar al “cortinglés” la alegría de la vuelta al cole.
La protesta, pues, era razonable. No lo digo por el poniente de ayer, pues también sufrimos ponientes en junio o mucho calor en mayo, lo que suele complicar, como sabemos todos los profesores, la lucha contra las hormonas de por sí animadas en esas fechas. La queja tenía su origen en la fecha escogida para iniciar las clases en una de las Comunidades más calurosas de España. No estamos en el Cantábrico, así pues no hace falta ser más papista que Wert. Sin embargo, hay sectores que, mordida la presa, ya no la sueltan jamás. Y hasta la destrozan por puro afán. En eso estamos ya. No miden sus fuerzas sino que salen como un miura de los corrales y arramblan con todo. Una vez desatadas las fuerzas de la naturaleza es imposible pararlas. Aunque se pasen de frenada y su actitud sea inconsecuente, poco operativa y hasta perjudicial para su causa. No importa si la causa es la misma bronca. Ahí es donde pierden los papeles. Es sensato elevar quejas y mostrar disconformidad ante el error, pero instalarse en la bronca evidencia otro tipo de objetivos, no los pedagógicos. Y así terminan perdiendo apoyos de gentes moderadas que vemos los defectos de la autoridad, pero también la sinrazón de una oposición macarra.