En apenas unos días, Emilio Botín e Isidoro Álvarez. Dos pesos pesados de la economía española, el Banco Santander y El Corte Inglés. La coincidencia en el tiempo multiplica el golpe y las reflexiones existencialistas sobre la insignificancia del ser humano ante lo inevitable. Ni el poder ni el dinero frenan a la “parca” y su guadaña. Tan cierto que resulta pueril recordarlo pero, al mismo tiempo, es extrañamente necesario en una sociedad convencida, aún, de que no todos vivimos de la misma forma y mucho menos morimos de la misma forma. Por mucho que nos lo contaran Valdés Leal y algunos de su generación con el “Finis gloriae mundi” y sus esqueletos advirtiéndonos de un final igualitario, hemos de verlo por nosotros mismos para saber que el “polvo eres” iba para todos. Esa parece la lección de este extraño final de verano que nos alienta a volcarnos en lo esencial ante el rápido paso del tiempo. Más allá de la nostalgia que produce la contemplación de los despojos, como Francisco de Borja en el momento de decir su particular “nunca más”, las dos figuras desaparecidas en tan pocas horas tienen algo en común. Pertenecen a una generación de trabajadores incansables. Con todos sus aciertos y sus errores, ambos representan la promoción en tiempos antiguos: o bien por la familia, pero mejorando lo anterior, no dilapidándolo, o bien por la cautelosa ascensión desde el puesto ínfimo en la empresa. Dos ejemplos, al menos en eso, que siguen siendo válidos para quienes convivimos con el mayor porcentaje de “ni-nis” de Europa. Son su antítesis. Trabajaron, se esforzaron, hicieron bien e hicieron mal pero intentaron aportar y crecer.
En estos momentos en los que tanto se habla de emprendedores, de iniciativa, de autónomos capaces de crear su propio empleo, la desaparición de dos gigantes de la economía en España supone la pérdida de referentes. Dos huecos potentes en cualquier reunión de los empresarios más señalados con el rey o con el presidente del gobierno. Son dos sillas, casi tronos, en ellas. Si negar sus sombras, han hecho crecer la herencia que recibieron; han creado empleo y se han convertido en imprescindibles. Son un banco y una empresa que simbolizan a España. Su caída hubiera sido, en ambos casos, un terremoto de dimensiones colosales, de tanto que representan. Dos imperios que pierden a sus hacedores y han de permanecer en manos de sus sucesores. Son retos impresionantes para los dos. Pero también para la economía española que debe asegurar la “sucesión” en términos globales, esto es, nuevas generaciones de emprendedores capaces de levantar imperios, no solo de sobrevivir personalmente. En eso, la enseñanza básica no pone apenas el acento y así es difícil lograrlo. Quizás sea el momento de revisar si se cultiva o no la capacidad y la iniciativa de las próximas generaciones de empresarios.